La Vanguardia

Oro en el Corral de la Pacheca

- Juan Bautista Martínez

Los mismos jugadores. El mismo inicio de partido. Un gol prácticame­nte calcado y en el mismo minuto. Todo igual que el día del Madrid. Pero el fútbol es una ciencia inexacta, sobre todo cuando no se aplica el ímpetu al máximo y cuando el cuentakiló­metros físico y mental va a menos revolucion­es. Torcía el morro Ernesto Valverde desde mucho antes que el Rayo empatara. El entrenador, casi siempre sufriente y precavido, había advertido en la víspera sobre el ejemplo de Butarque. Sí, aquella derrota que en su día calificó de accidente, un accidente que anoche casi se reproduce. Pero en el caos el Barcelona encontró oro. En el descontrol halló la victoria cuando casi ni ellos mismos confiaban ya. No se puede decir que Valverde no hiciera esta vez los cambios en la segunda parte cuando la situación lo requería y que no buscara sacudir a un equipo que se había dormido como una marmota, ensimismad­o en el espejo de su gran semana, la pasada. En medio de una debacle que se venía encima de manera inexorable surgió la figura de Dembélé, el denostado Dembélé, ese jugador que tácticamen­te suspende casi siempre.

Pero el francés es tan indiscipli­nado como imprevisib­le y el Barça necesitaba factor sorpresa y rebelión, la que aplicó un Suárez al que sólo le falta aprobar la asignatura de la Champions porque en la Liga es como el caballo de Atila, que va arrasando por donde pasa.

La Liga se jugaba ayer en Madrid. El Atlético no pasó de la igualada contra el Leganés, el madridismo se aliviaba entre protestas y el Barcelona tenía la oportunida­d de mostrar firmeza. Sólo se salvaron su resultado y su fe, que ya es bastante teniendo en cuenta cómo iba la cosa.

Porque motivarse ante el que era el líder, en la Champions y en el clásico no es difícil. Al contrario, no hace falta pagarle a un psicólogo para que las pilas estén al máximo. Sin embargo, después hay que seguir remando y el Barça se quedó en una gris fotocopia de su esplendoro­sa imagen del clásico. Ni la presión fue la misma. Ni la precisión. Ni el estadio, por supuesto. Porque al abrigo del Camp Nou el Barcelona se convierte en casi intratable. En su sala de estar cocina los mejores platos, los sazona con ingredient­es exquisitos y los presenta para ganarse varias estrellas Michelin, sobre todo si la ocasión merece las galas de más copete. Pero Vallecas es al Camp Nou lo que el Corral de la Pacheca al Royal Albert Hall y cuesta más arremangar­se y ponerse para la función. ¿Verdad Coutinho? El brasileño suele desaparece­r cuando llegan las curvas y su actuación de ayer resultó muy deficitari­a.

Este Barça unos días te cautiva y otros te desespera. Seguro que Valverde reflexiona­ría de vuelta sobre esto muy cerquita de Svetislav Pesic, el técnico del equipo de baloncesto, que ayer perdió en Fuenlabrad­a. Los dos conjuntos regresaron en el mismo avión. Pero al menos el de fútbol cantó victoria.

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