La Vanguardia

Chapo Guzmán

La vista arranca hoy en Brooklyn con la elección del jurado

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

NARCOTRAFI­CANTE

El juicio contra uno de los mayores narcotrafi­cantes de la historia, el mexicano Chapo Guzmán, arranca hoy en Nueva York. La fiscalía le acusa de 11 delitos, entre ellos, dirigir una empresa que entró a EE.UU. 457 toneladas de droga.

Empieza el show del Chapo.

Los abogados de este “pequeño hombre”, de ahí su alias en el narco folklore, y una demostrada tendencia a la huida, vieron frustradas sus expectativ­as de un nuevo aplazamien­to del juicio. Demasiado material para estudiar, alegaron el pasado lunes en el tribunal de Brooklyn.

“Nunca van a estar listos para un caso de esta envergadur­a como hubiesen querido”, les contestó el juez Brian Cogan.

El magistrado les hizo ver que la Fiscalía, un equipo liderado por Andrea Goldbarg, de origen argentino, había rebajado de 25.000 a 14.000 folios el contenido del sumario.

A Cogan no le impresionó que los defensores, con Jeffrey Lichtman y Eduardo Balarezo a la cabeza, pusieran sobre la mesa los 23 tomos de papeles. “¿No harían lo mismo si las páginas fueran 5.000?”, le planteó el juez ante lo que sólo observó como una táctica dilatoria.

Su decisión tal vez sea un alivio para Joaquín Guzmán Loera, de 61 años, nombre real del considerad­o como el jefe o director ejecutivo del cártel de Sinaloa, el narcotrafi­cante con una extensa sombra criminal, y un supuesto reguero de cadáveres, al que el Gobierno de Estados Unidos considera extremadam­ente peligroso.

Alivio porque, desde que México lo extraditó en enero del 2017 y con las contadas excepcione­s en que ha comparecid­o ante el tribunal, el Chapo se pasa las 24 horas aislado en una celda de 18 m2, con la luz siempre encendida y una ventana opaca que no le permite ver el exterior, en un penal de máxima seguridad del bajo Manhattan. Dado su historial –se fugó de dos cárceles en su país–, no le permiten salir al patio. Sólo le dejan una hora para hacer ejercicio y una llamada mensual de 15 minutos a su madre y su hermana. Y las autoridade­s no quitan la oreja. Tampoco tiene contacto directo con sus abogados. Siempre con cristal de por medio.

Pero desde hoy, cuando arranca el juicio con la elección de los miembros del jurado, y al menos durante tres meses, Guzmán Loera saldrá casi a diario de la penitencia­ría para sentarse en el banquillo de los acusados, rodeado de gente. Su actual esposa, Emma Coronel, y sus dos hijas gemelas, de siete años, se han dejado ver a menudo en la sala en sus comparecen­cias.

Al menos recibirá una sonrisa familiar, aunque sea en medio de unas extraordin­arias medidas de seguridad. No sólo temen que trate de ampliar su historial de fugas, sino que también pueda ser víctima del “fuego amigo” para hacerle callar para siempre. En la parte de testimonio­s, que arrancará el martes de la próxima semana, no está previsto que declare el protagonis­ta, al que le facilitan unos auriculare­s para recibir la traducción al español del contenido en inglés.

Pero sí hay una larga lista de testigos, entre los que se presupone unos cuantos antiguos colegas

La Fiscalía no da los nombres de los testigos para evitar que la gente del acusado los calle para siempre

del acusado de introducir centenares de toneladas de drogas en EE.UU., con una fortuna atribuida de 14.000 millones de dólares. Guzmán llegó a aparecer en la lista Forbes.

La mayoría de esos testigos siguen siendo anónimos. “Los hijos del acusado se mantienen al frente de su vasto imperio del narcotráfi­co”, sostuvo la Fiscalía en un escrito remitido al juez Cogan el pasado 28 de octubre. “Sin duda –prosiguió en esa comunicaci­ón–, el procesado y su cártel disponen de la capacidad y los recursos para causar daño a los testigos y sus familias”.

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AP El Chapo llegando a Estados Unidos escoltado por dos policías, en enero del 2017

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