El primer examen serio
Cuando se van a cumplir dos años justos de su inesperada elección, dos corrientes básicas de opinión se han vertido sobre la polémica presidencia de Donald Trump. La primera es que se trató de un accidente, fruto del peculiar sistema electoral estadounidense, del exceso de confianza de Hillary Clinton y de la escandalosa intervención de hackers rusos. La segunda sostiene que Trump ha sabido conectar con un amplio sector del país, quién sabe si mayoritario, que se inscribe en un movimiento populista, pro autoritarismo, anti inmigración y anti globaliza ción que no es exclusivo de Estados Unidos.
Sea como fuere, Trump se enfrenta en las elecciones de medio mandato de mañana a su primer examen serio, más allá de sus logros legislativos, más bien magros, y de las encuestas de opinión. A nivel federal se elige a toda la Cámara de Representantes y a un tercio del Senado, cámaras en las que hoy el Partido Republicano goza de mayoría.
Son unos comicios en los que históricamente hay menos participación y el partido que controla el ejecutivo suele experimentar un cierto castigo. El escenario más lógico es que el Partido Demócrata se imponga en la Cámara pero siga en minoría en el Senado. Porque en una Cámara Alta tan equilibrada –51 a 49 a favor de los republicanos–, ha querido el azar que se pongan en juego bastantes más escaños demócratas. Además, muchos se dirimen en estados en los que ganó Trump.
Las consecuencias de este nuevo reparto del poder serían muy graves para el presidente, especialmente
El escenario más lógico, que los demócratas se impongan en la Cámara, tendría para Trump graves consecuencias
en el campo de la política económica, ya que la política fiscal corresponde básicamente a la Cámara y la monetaria a la Reserva Federal, cuya tendencia a elevar progresivamente los tipos de interés ya ha suscitado las iras de la Casa Blanca. En lo que se refiere a la política pura, una Cámara Baja controlada por la oposición haría la vida bastante miserable al presidente, sobre todo en las comisiones de investigación. La mayoría republicana en el Senado blindaría al presidente de un eventual impeachment, pero no es descartable que dicho procedimiento se intente contra el juez Kavanaugh, cuyas audiencias para nombrarle miembro del Tribunal Supremo dejaron muy mal sabor de boca en la oposición demócrata.
El segundo escenario por orden de probabilidades es que el Partido Republicano mantenga el control de ambas cámaras. Supondría un enorme espaldarazo al presidente, que se ha involucrado personalmente en la campaña y a quien muchos congresistas y senadores republicanos deberían totalmente su elección. El Partido Republicano abandonaría cualquier reserva o remilgo y se convertiría en el partido populista y xenófobo que encarna Trump, con impredecibles consecuencias geoestratégicas. Sin dar por hecha su reelección en el 2020, se convertiría en el claro favorito.
Más improbable pero no imposible es que los republicanos pierdan ambas cámaras. Supondría el principio del fin del trumpismo y la conversión del presidente en un lame duck (pato cojo), en un mandatario impotente e ineficaz. Excluido en principio el impeachment –no sería fácil encontrar en el Senado los 66 votos necesarios–, sus probabilidades de reelección bajarían sensiblemente. ¿Sería Trump aún más imprevisible que ahora? Seguramente. ¿Y más peligroso? ¡Quién sabe!