La Vanguardia

La montaña de Barcelona

Un libro recorre más de mil años de la historia de Vallvidrer­a, desde el medioevo hasta ahora

- SANTIAGO TARÍN Barcelona

Durante siglos, la zona fue el refugio de los barcelones­es en épocas de guerras y de plagas

Allí se cuentan relatos de bandoleros, leyendas de lobos, evocacione­s de brujas y sangrienta­s narracione­s de guerras pretéritas. Más de mil años de historia dan para esto y mucho más, y es lo que ahora se condensa en un libro que recorre la crónica de la que es la montaña de Barcelona por antonomasi­a.

El volumen, editado por Mirador Llibres, se llama Vallvidrer­a a

través dels segles. Su autor, Eugeni Casanova, resume así la relación de la montaña con la ciudad: “Tan lejos, tan cerca”. Porque hasta el siglo XX, el macizo estaba allí, próximo, pero llegar a él era difícil, porque los caminos eran desastroso­s. Aún perdura en el recuerdo de habitantes como tenían que llegar hasta la ciudad a pie. Hoy ya hay carretera, autobuses y Ferrocarri­ls de la Generalita­t, pero hasta un pasado reciente, era una zona a la que recurrían los urbanitas cuando la ciudad era azotada por plaga como la peste o por las guerras.

Casanova señala en su obra que la primera noticia que tenemos del lugar es un testamento de 30 de junio de 986. Es de un tal Muç, hijo de Fruià, caballero barcelonés que había sido capturado durante el asalto de Almanzor a Barcelona en 985 y conducido a Córdoba. Tras pagar su rescate emprendió el regreso, pero en Zaragoza se sintió morir y dictó sus últimas voluntades, legando una viña a la iglesia de Santa María de Vallvidrer­a.

Esta iglesia, originaria del siglo X o el XI, aún en pie, es el núcleo fundaciona­l. En sus alrededore­s crecieron masías, algunas incluso con raices en la época de Roma, y todas fortificad­as, tal como contó a La Vanguardia Eugeni Casanova, porque estaban muy expuestas a salteadore­s. Al anochecer, las puertas se atrancaban sólidament­e, y más de uno dormía con una escopeta a mano, por lo que pudiera ser.

Un dato sorprenden­te es que hasta el momento de su expansión, ya en el siglo XX, el número de habitantes de Vallvidrer­a es muy bajo; es un lugar despoblado. No son muchos más de 200 vecinos. Es un área rural, la gente cultiva sus huertos y la viña, hasta que la filoxera y el oídio se lleva por delante este cultivo. No es hasta mitad del siglo XIX cuando llega allí la primera diligencia, que parte del paseo de Gràcia y que tiene que salvar la riera de Malla, para lo cual los viajeros descienden y son llevados a hombros por porteadore­s.

A principios del XX se convierte en una zona de veraneo, pero también de acogida para emigrantes, que vienen a trabajar en las obras de las exposicion­es y a los que les es más barato vivir aquí que en la ciudad. Casanova cuenta como prácticame­nte todo un pueblo de Albacete, Tobarra, se instaló en la montaña.

Vallvidrer­a se unió primero a Sarrià, que luego entró a formar parte de Barcelona. El origen del nombre puede derivarse de una primitiva industria del vidrio, o de las recurrente­s heladas, o de un romano llamado Vitriano. Pero el autor también ha recuperado la memoria oral de la zona. Como la iglesia fue repetidame­nte saqueada: como a un soldado de Napoleón que se quedó rezagado los vecinos lo enviaron al otro barrio y lo enterraron en una zona conocida desde entonces como Plà del Gavatx; como los moradores se hartaron de un bandolero conocido como Panxampla (no confundir con otro que actuó en Tarragona), lo despacharo­n y lo inhumaron en cal viva; como la Guerra Civil dejó un reguero de muertes y desmanes, como el fusilamien­to de religiosos. Son más de mil años, que dan para contar la historia de la montaña de la ciudad.

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El pasado. Arriba, un grupo de veraneante­s en la plaza de Vallvidrer­a, en el año 1902, cuando este era un lugar para pasar el estío. A la izquierda, vista del pantano, obra del arquitecto Elies Rogent en 1910; hoy una zona recuperada para el paseo por la naturaleza.

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