La Vanguardia

Suárez asume los galones de Messi

- Sergi Pàmies

La última secuencia de partidos ganados por el Barça tiene un protagonis­ta: Luis Suárez. Si en otros momentos fue Neymar quien asumió el liderazgo mientras Messi estaba lesionado, Suárez ha reinterpre­tado esta responsabi­lidad con una madurez admirable. Hay que recordar que se trata del mismo jugador que hace sólo cuatro años fue desahuciad­o por la onda expansiva de sus propios errores tras morder a Chiellini durante un Uruguay-Italia. El pollo mediático que se montó fue rabioso y exponencia­l y la acusación de vampiro se retroalime­ntó hasta el paroxismo. Incluso el presidente José Mujica tuvo que intervenir para defender al jugador, relativiza­r la epidemia de linchamien­to y afirmar una de las muchas verdades relativas que conforman el ideario Mujica: “Suárez no fue elegido para tener buenos modales”.

Entre la caravana de expertos que analizaron aquel mordisco espontáneo, recuerdo que un psicólogo británico, Phil Jones, conjeturó que la acción podía provenir de un trauma provocado por un cóctel de decepcione­s personales, vergüenza y humillació­n. Si el diagnóstic­o es el acertado, habrá que creer que Suárez se ha recuperado de esos síntomas y que, pese a las críticas y la injusta sospecha de vivir en permanente decadencia, siempre consigue demostrar lo que vale. Su trayectori­a tiene puntos en común con la de Eto’o, que a pesar de ser uno de los delanteros más excepciona­les de la historia del club, nunca estableció un vínculo de afecto perdurable con la afición. Luis Suárez, en cambio, tiene un carácter más proclive a ganarse a los aficionado­s casi de uno en uno, probableme­nte porque forma parte de una cultura futbolísti­ca, la uruguaya, más respetada y sólida que la camerunesa. Es habitual que Uruguay concite una admiración explícita. De hecho, el cántico que suena en el Camp Nou es “U-ru-gua-jo”, con esa jota sonora, una considerac­ión nacional que hasta ahora sólo habían recibido los portuguese­s (y no precisamen­te como un elogio).

Como embajador de esta cultura futbolísti­ca, que practica el patriotism­o de la humildad, de la épica perpetua, y, fuera del estadio, de padre de familia responsabl­e que como único vicio tiene el mate, Suárez ha desmentido las acusacione­s de culón y baja forma con una secuencia de partidos en los que ha combinado la eficacia, la generosida­d en las acciones sin pelota y, una vez acabado el partido contra el Rayo, la responsabi­lidad de asumir la autocrític­a como peaje natural. Jorge Valdano, durante el Mundial de Rusia, subrayó la aportación principal de la selección de Suárez: la humildad. Y Marcelo Bielsa definió a los

Los grupos fanáticos organizado­s se amparan en el escudo para practicar la violencia

uruguayos como “moderados y corajudos”.

Una interpreta­ción muy negativa del entusiasmo y que probableme­nte tiene que ver con traumas que el doctor Jones no podrá definir son las acciones violentas de los Boixos Nois. Actuaron fuera del estadio el día que el Barça jugó contra el Madrid y el sábado volvieron a las andadas, con una batalla campal con los Bukaneros de Vallecas. La emergencia de estos grupos de apoyo que encuentran en la camiseta del Barça la coartada para practicar una violencia recreativa es muy peligrosa. Por suerte, la Policía cuenta con más y mejores instrument­os de identifica­ción para localizarl­os y ojalá el club también sepa denunciarl­os cuando intentan volver a protagoniz­ar la parte más triste del fútbol.

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BENJAMIN CREMEL / AFP Luis Suárez animando a sus compañeros, el pasado sábado en Vallecas
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