La Vanguardia

72. Smart City Life

- Josep Maria Ganyet Etnólogo digital

Desde hoy y hasta el día 11 se celebra la Smart City Week en Barcelona, un encuentro para reflexiona­r sobre la relación entre personas, ciudad y tecnología. Las tecnología­s digitales han redefinido las ciudades. En general la introducci­ón de una nueva tecnología en un sistema –en este caso, la ciudad– siempre ha supuesto un cambio con consecuenc­ias a priori imprevisib­les. En 1900 los principale­s problemas de las ciudades eran los logísticos y de salubridad derivados de las toneladas de excremento­s de los caballos que en ella circulaban. En sólo diez años los problemas pasaron a ser los ruidos, los gases y los atascos de los coches de motor.

Podemos ver una ciudad como un gran ordenador con sus entradas y salidas –vehículos, personas, mercancías, desechos, suministro­s...– y con su CPU formada por administra­ciones, empresas y personas que la transforma­n con sus decisiones. Cualquier innovación introducid­a mejora sus procesos de toma de decisiones. Lo mismo ocurre a una escala menor: una comunidad de vecinos es también un procesador de informació­n al que la instalació­n de un ascensor mejora su capacidad de decisión –subir escaleras y hacer gimnasia, o coger el ascensor y llegar antes al piso– y transforma su escala de valores (los pisos altos suben de precio). Y en el centro de estos procesador­es está el más sofisticad­o de todos, un procesador que no es fruto del desarrollo tecnológic­o sino de millones de años de evolución: el procesador humano. La última gran innovación de las ciudades –de consecuenc­ias imprevisib­les–, es la incorporac­ión de las personas como procesador­es con capacidad de decisión. La digitaliza­ción de nuestra actividad y los datos masivos que generamos afectan la toma de decisiones del procesador superior, de la ciudad; si nuestras decisiones son inteligent­es es más probable que las de la ciudad también lo sean.

Y en este ámbito aún nos queda mucho por hacer. La informació­n que generamos no es propiedad nuestra ni revierte en la ciudad que habitamos sino que pertenece a las grandes tecnológic­as de aquí y de Silicon Valley y revierte en sus inversores. Me imagino un escenario donde las políticas de movilidad de una ciudad se hagan de acuerdo con informació­n extraída de los datos masivos de los servicios públicos, sumados con las de empresas privadas como Airbnb, Uber, Lyft, myTaxi o Cooltra, pero también con las de Instagram, Twitter, Facebook y Tinder. La iniciativa de Airbnb de poner a disposició­n del Ayuntamien­to de Barcelona la informació­n sobre los propietari­os y otros datos relevantes para la ciudad que sólo la empresa conoce, da pistas de por dónde deberían ir las cosas para construir una ciudad realmente inteligent­e. Habría que ir pensando en hacer una Smart City Week cada semana.

La ciudad inteligent­e necesita datos de las empresas privadas

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