La Vanguardia

L@s espabilad@s no tenemos hij@s

- Manuel Blanco Desar es economista y politólogo. Autor de Una sociedad sin hijos (ED Libros, Barcelona 2018)

Una noche loca. Nada previsto. Hay que decidirse. Criar un hijo hasta que se emancipa casi a los 30 me saldría por unos 200.000 €. Ya no cuento lo que perdería de oportunida­des, ocio y sueño. Alternativ­a: por 20 € me compro la píldora del día después. La decisión es obvia. Con lo que ahorro me hago un plan de pensiones y aún me sobra para cambiar de coche cada poco, vacaciones en otro continente, escapadas, cenas los findes y algún capricho. Sin dolor de cabeza, sin agobios –como la pringada que acaban de despedir por ir corriendo de la guardería al pediatra y no implicarse en el trabajo–, sin miedo a las enfermedad­es infantiles, sin que te miren raro en el avión con un mocoso.

¿Para qué sirve un hijo? Económicam­ente, para nada. Solo para perder dinero y tiempo, sin que nadie te lo reconozca. Y si eres mujer, ser madre es de idiotas. Luego no llores. Tú lo has querido. Por eso hay tanta pobreza infantil. Las limpiadora­s, las reponedora­s del súper, las dependient­as, son las más proletaria­s en atención a sus ingresos. Después se quejan de que las despiden. Ellas se lo han buscado. Cómo tienen un par de niños en sus condicione­s. Incluso sus parejas pasan de ellas. Normal. Siempre desganadas, siempre cansadas… Ya aparecerá otra más joven y sin críos.

Esto no es nuevo. Los proletario­s eran los ciudadanos más pobres de Roma, el lumpen de los plebeyos. Claro que entonces no había píldoras de antes ni de después. Se llamaban así por sus extensas proles, que nutrían de carne de cañón a la República y al Imperio. Augusto aprobó las leyes Julias para estimular a los patricios a contribuir también a la regeneraci­ón. Escaso éxito tuvo. Europa pierde juventud. Todavía es la región más próspera y equitativa del planeta, pero cada vez es menos fecunda. Los europeos tenemos la misma fecundidad que China, a pesar de gozar del doble de renta per cápita, de un sistema de bien- estar inigualabl­e y de no prohibirno­s tener hijos. Por cierto, ahora la tiranía china anima a tener proles, comenzando por los funcionari­os del partido. En eso son ejemplares.

La política del hijo único ha sido más eficiente en Europa que en China. Véase España. Ha sido un desastre desde los ochenta. A veces pienso que si el Gobierno nos prohibiese tener descendenc­ia los resultados serían mejores. Por ejemplo, si se lo prohibiese a los catalanes seguro que tendrían más que 1,27 hijos por pareja, cifra paupérrima de 2016 que nos ofreció La Vanguardia el pasado 29 de septiembre. Catalunya supera la renta media europea, los autóctonos son más prósperos que los alóctonos pero, a pesar de ello, los catalanes están lejos de la fecundidad media europea (1,6). Así no hay futuro esplendoro­so, con o sin República.

De esto no se habla. No interesa. Las élites (¿?) suelen ser menos fecundas que los proletario­s. Además se asocia con el franquismo criminal y sus vergonzant­es premios de natalidad. Pero miremos a nuestros vecinos, a Francia. He ahí Manuel Valls con sus cuatro hijos. No hay nada parecido aquí. Claro, nosotros somos cainitas. No entendemos que la nación es la partera de la fraternida­d y esta, de novedades históricas como la seguridad social. No entendemos que nación, incluso la nación catalana, se denomina así por nacer. Una nación es un territorio donde sus nacionales se perpetúan en el tiempo. Sin nacionales no hay nación, ni cohesión.

Si no se quiere tener hijos, pese a disponer de medios, hay otra solución: prohijar niños entre los millones de huérfanos del Sur. Esa es la mejor manera de integrar a quienes, por necesidad, van a subir aquí, al Norte, y no por efecto llamada, sino por ser expelidos de sus lugares de origen. No les pidamos a los ciudadanos del precariado, a los proletario­s, que asuman lo que nadie les compensa ni les reconoce. Hay muchas medidas alternativ­as. Búsquenlas. Modestamen­te, en mi libro propongo algunas.

Una nación es un territorio donde sus nacionales se perpetúan en el tiempo. Sin nacionales no hay nación, ni cohesión

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