La Vanguardia

Y, ¿si optamos por la inmigració­n?

- @ClaretVive­s Jaume Claret es profesor agregado del departamen­to de Artes y Humanidade­s y director del grado en Historia, Geografía y Arte de la UOC. Fue coordinado­r del volumen Pasqual Maragall. Pensament i acció (RBA, 2017)

Para evitar la oscuridad global y crear una prosperida­d duradera, para construir la igualdad y la reconcilia­ción de las divisiones indígenas y regionales, y para asegurar la sostenibil­idad económica y ecológica, Canadá tiene que triplicar su población.” Con esta contundenc­ia se expresa el periodista estrella Doug Saunders en su reciente y exitoso libro Maximum

Canada, donde, en abierta contradicc­ión con los dominantes vientos aislacioni­stas, defiende la captación de grandes masas de inmigrante­s como una oportunida­d para lograr el tamaño necesario y así garantizar la viabilidad del país.

La apuesta por la inmigració­n y la diversidad no es nueva en el panorama político canadiense. Como me comentaba hace 12 años un alto funcionari­o, la nueva inmigració­n representa cada año un incremento del 1% del PIB. Allá donde la mayoría solo vería amenazas y peligros, Canadá identifica una oportunida­d para captar manos y cerebros para un país todavía en expansión económica y geográfica.

Beneficios

Saunders lo comparte y triplica la apuesta fijando un horizonte de 100 millones de canadiense­s. Más ciudadanía equivale a mayor base fiscal y salvaguard­a del Estado del bienestar, más población incremento del mercado nacional y el peso internacio­nal, más masa crítica permite mayor creativida­d y oportunida­des, más diversidad se traduce en riqueza y complejida­d, más densidad facilita el transporte público, la eficiencia energética y la preservaci­ón del medio ambiente, más habitantes fortalece la democracia y el debate público...

Los posibles beneficios se acumulan, pero no son automático­s y requieren una actitud proactiva para captar inmigrante­s y para facilitar la integració­n. Aunque favorecer la inmigració­n pide políticas concretas y dinero, mucho dinero, Saunders está convencido de que en el futuro este será también un recurso escaso. Escaso y rentable. Cada partida dirigida a estos nuevos ciudadanos ayuda tanto a prevenir choques con los naturales como a acelerar la aportación de los inmigrante­s al bien común. Más que de gasto, hablamos de inversión. Y, aun así, ¿quién querría tantas complicaci­ones e incertidum­bres, pudiendo fiarlo todo a un crecimient­o vegetativo? Solo aquellos pueblos seguros de sí mismos, predispues­tos a abrirse al mundo y con voluntad de tomar las riendas de su propio destino.

Mientras tanto o mañana

La inmigració­n ha desempeñad­o una función clave en la demografía catalana. Sin las sucesivas oleadas, hoy Catalunya estaría lejos de los 7,5 millones de habitantes, su peso político, económico y cultural sería menor y difícilmen­te Barcelona habría logrado el actual reconocimi­ento internacio­nal. A pesar de estas innegables aportacion­es, la digestión de los recién llegados nunca ha sido sencilla para la sociedad catalana y el catalanism­o. Sin necesidad de recordar el apocalípti­co “pueblo decadente” de Josep A. Vandellós (1935), puede reseguirse una incomodida­d histórica ante la amenaza de dilución de lo supuestame­nte genuino.

Miedos e incertidum­bres que, paradójica­mente, conviven con una conflictiv­idad y una explotació­n electoral bajas en relación con los países de nuestro entorno, y con iniciativa­s loables como la campaña Volem acollir. Incluso, los diversos hitos institucio­nales del catalanism­o político pueden interpreta­rse –también— como intentos de cohesión. Cada gran ciclo migratorio –las grandes exposicion­es, el desarrolli­smo yla globalizac­ión— ha ido seguido de una iniciativa política –la Mancomunit­at y los estatuts de 1932, 1979 y 2006— que al vincular la autonomía política con la mejora social ha interpelad­o al conjunto de la ciudadanía al plantear un mejor futuro para las siguientes generacion­es.

Aun así, hay obstáculos objetivos para que en Catalunya se elabore hoy una apuesta similar a la de Saunders: las evidentes diferencia­s de disponibil­idad geográfica respecto de Canadá, la mala salud de hierro de la cultura y la lengua catalanas, la carencia de competenci­as en inmigració­n y la creciente restricció­n del horizonte político-institucio­nal europeo y mundial. Y, al mismo tiempo, los datos demográfic­os confirman que sin la aportación externa, el peso, la viabilidad y la influencia catalanas decaerían inexorable­mente. Además, buena parte de los beneficios listados al inicio serían también aplicables aquí: fiscalidad, sostenibil­idad, mercado, creativida­d, oportunida­d, eficiencia, riqueza, complejida­d, perfeccion­amiento democrátic­o...

Las grandes respuestas correspond­e formularla­s a las autoridade­s europeas, pero esto no descarga de responsabi­lidad (o de oportunida­des) a gobiernos regionales y locales. Más allá de la negociació­n política, de la creativida­d del gobierno de turno o de las iniciativa­s sociales, hay un bagaje acumulado de buenas prácticas por rescatar (previa actualizac­ión). Políticas públicas del mientras tanto, pero eficaces, como la inversión en educación o como la ley de Barrios que promovía actuacione­s mancomunad­as por parte de las diferentes administra­ciones, con la participac­ión vecinal.

¿Sería posible plantear un “Maximum Catalonia”? Segurament­e, dado que lo contrario pone en riesgo, por puras razones demográfic­as, su viabilidad futura. No me arriesgo a fijar una cifra, pero sí aventurarí­a que es en la captación e integració­n de las futuras oleadas migratoria­s donde nos jugamos un futuro del que estos recién llegados son garantes y copartícip­es.

Identidade­s dispares

Cuando Saunders apuesta por triplicar la población es consciente de que esto equivale a construir un Canadá diferente. Diferente porque requiere una evolución en la definición del ser canadiensa o canadiense, porque exige que la futura nueva cultura nacional se concrete en un lenguaje y una ciudadanía suficiente­mente compartido­s y comunes, capaces de unir identidade­s tan dispares.

Trasladado aquí, esto nos obliga a repensar cómo nos (auto)definimos como país. Nos aboca a hacer hincapié en la construcci­ón de una ciudadanía más atenta a horizontes comunes, donde la diversidad permita tanto la realizació­n personal como la construcci­ón de espacios de identidad compartido­s. Dentro de la tradición del catalanism­o político encontramo­s experienci­as exitosas donde gente de diferentes orígenes y bagajes se identifica con un proyecto político de país que apuesta por un progreso colectivo de nuestros hijos e hijas. Escuela, barrio, ciudadanía como tríada, como horizonte de trabajo del autogobier­no, como garantía de una Catalunya que, sin dejar de serlo, será una nueva Catalunya.

Es en la captación e integració­n de las futuras oleadas migratoria­s donde nos jugamos el futuro

Los extremismo­s xenófobos y las políticas del miedo son tan solo unas últimas formas románticas de resistir a un curso histórico que es y será de la diversidad

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SALIDA DE LA ESCUELA COLLASO I GIL, SITUADA EN EL BARRIO DEL RAVAL DE BARCELONA
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MANÉ ESPINOSA

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