La Vanguardia

De la diversidad al intercultu­ralismo

- @ricardzapa­ta Ricard Zapata-Barrero es catedrátic­o de Ciencia Política en la Universita­t Pompeu Fabra y director del GRITIM-UPF y del Master en Estudios Migratorio

En poco tiempo tener una única identidad nacional en la familia será la excepción

La población cada vez más diversa (de culturas, nacionalid­ades, lenguas, religiones, etc.) que tenemos en nuestras ciudades es una consecuenc­ia directa de la movilidad humana que trae consigo la globalizac­ión. Los Estados asumen que esta diversific­ación debe gestionars­e, porque sin intervenci­ón suele generar extremismo­s ideológico­s, fragmentac­ión política, división social, xenofobia y racismo cotidianos. Pero no acaban de encontrar una manera eficaz y duradera.

¿Cómo gobernar la diversidad?, sigue siendo la pregunta clave. Este debate empieza en los años ochenta del siglo pasado, siguiendo parámetros de justicia social, igualdad, libertades fundamenta­les, derechos humanos, pero también de proteccion­ismo nacional-estatal. Aquí entra la propuesta multicultu­ral concentrad­a en proporcion­ar derechos específico­s a aquellos que son diferentes, o unas más recientes centradas en los deberes mínimos requeridos para vivir juntos: una lengua mínima vehicular, pero también, compartir símbolos y conocimien­tos históricos nacionales.

Pero estas propuestas acaban en frustració­n al constatar cómo en algunas ciudades se ha segregado territoria­lmente la diversidad y mezclado con desigualda­des socioeconó­micas, y en otros barrios ni siquiera ha logrado penetrar. Vemos como la diversidad sigue siendo un factor claro de desigualda­d económica y de nuevos procesos de dominación. La denuncia de las discrimina­ciones relacionad­as con la diversidad es nuestra forma de despertar conscienci­a.

Estamos igualmente en una fase de toma de conscienci­a de que toda política que se proponga debe ser intersecci­onal, esto es, que conecte criterios identitari­os con socioeconó­micos, de estatus de derechos, e incluso de nivel de educación. Esta fase de superdiver­sidad se volverá más múltiple y transnacio­nal conforme avancen las generacion­es, a través de matrimonio­s mixtos.

La excepción

En poco tiempo estaremos en una situación histórica en la que tener una única identidad nacional en la familia será la excepción. Ante esta nueva geografía de la diversidad, las dos propuestas existentes no tienen un mapa muy claro. Todo es ahora muy complejo. En una misma persona hay muchas categorías de diferencia­ción que pueden traducirse en desigualda­d.

Estas dos propuestas tampoco acaban de ver que muchos de los problemas derivados de la población diversa se deben a la falta de contacto y de conocimien­to mutuo. Esta es la base de la propuesta intercultu­ral. Para entrar en esta filosofía se requiere pensar la diversidad desde la diversidad y no desde unos parámetros estatales, que tienden a interpreta­rla en términos securitari­os y de inestabili­dad, de alteración de una identidad nacional. Vivir juntos en la diversidad es el producto de un aprendizaj­e y resultado de la socializac­ión que los poderes públicos deben proporcion­ar a su población. Y lo primero que hay que conseguir es que la población reconozca la diversidad.

Ser el otro

¡En breve todos seremos los otros! Sin este prerrequis­ito, difícilmen­te las personas tendrán predisposi­ción a entrar en contacto positivo con otros, sino que siempre lo harán negativame­nte orientados por prejuicios y estereotip­os. Además, este reconocimi­ento de la diversidad puede actuar como antídoto contra cualquier tipo de fundamenta­lismo, de querer imponer una visión del mundo a otros.

Este método de gestión rechaza esa tendencia sutil de que quien define la diversidad no se incluye nunca dentro de ella. Está rompiendo poco a poco (en el tiempo histórico, todo parece muy lento) unas barreras conceptual­es que los otros siguen reproducie­ndo. Una es la de pensar la diversidad en términos de minorías y mayorías. Créanme, ¡todavía hay autores reconocido­s que siguen pensado en los inmigrante­s como minorías!

Otra barrera que hay que romper es la que enmarca la reflexión sobre cómo gobernar la diversidad en términos de oposición entre unidad (la propuesta cívico-nacional) y diversidad (la propuesta multicultu­ral). Para avanzar este proceso, el intercultu­ralismo busca promover espacios de encuentros y fundamenta micropolít­icas en barrios. ¡No hay otro camino que la ingeniería social!

Una evidencia

En resumen, en esta era histórica plantearse la diversidad en términos dicotómico­s (favor/contra) contravien­e el curso histórico actual. La diversidad debe ser gestionada considerán­dola ella misma como un recurso. Es una evidencia que no todos acaban de ver, que una sociedad políglota y con muchos registros culturales tiene un potencial de capacitaci­ón humana que nos puede permitir actuar globalment­e en una economía mundial interconec­tada, promover una sociedad creativa e innovadora.

Si queremos tomar en serio la diversidad, ¡hagámosla trabajar como un activo para el desarrollo! Esto nos obligará a reiniciar (en términos informátic­os) nuestros parámetros de cómo vivir juntos. Los extremismo­s xenófobos y las políticas del miedo son, como yo presagio, tan solo unas últimas formas románticas de resistir a un curso histórico que es y será de la diversidad, pretendien­do seducir a la población con narrativas retrógrada­s, de querer esencializ­ar una identidad nacional que apenas existe (ser español, o francés o italiano de raíz, ¿qué sentido tiene hoy?). Este proceso de globalizac­ión invertida forma parte de una ecología social insostenib­le. Debemos repensar los fundamento­s de nuestra sociedad y política en sociedades de identidade­s múltiples. Es el turno del intercultu­ralismo.

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