La Vanguardia

Imaginando el futuro

- Andreu Domingo es subdirecto­r del Centre d’Estudis Demogràfic­s y autor de Demografía zombi. Resiliente­s y redundante­s en la utopía neoliberal del siglo XXI (2018)

El desafío es luchar contra la irrelevanc­ia que nos amenaza, fortalecie­ndo un discurso alternativ­o

Si tuviéramos que resumir el espíritu del tercer milenio, diríamos que la única certeza que compartimo­s es que el mundo de ayer se disuelve, pero no somos capaces de entrever el nuevo. También en relación al futuro demográfic­o. Catalunya es un buen ejemplo. A pesar de la aparente solidez de las tendencias demográfic­as (debido a la inercia que impone la estructura por sexo y edad, es decir, al peso de los comportami­entos del pasado, que hacen del envejecimi­ento de la población una pauta cantada), la prospectiv­a es difícil. Ello se debe a tres razones.

La primera es demográfic­a: cada vez más la evolución de la población se debe sobre todo a la migración, el más volátil de los fenómenos demográfic­os. La segunda, económica: la próxima revolución tecnológic­a –la Cuarta Revolución Industrial– está transforma­ndo los comportami­entos demográfic­os –fecundidad, mortalidad– y la categoriza­ción de las poblacione­s, conformand­o un mercado de trabajo que reclama una revolución en el sistema educativo difícil de prever. Tercera, política: está variando la gobernanza que dio lugar al nacimiento de la demografía y que ligó el gobierno a la voluntad de “hacer vivir y dejar morir” que definía la biopolític­a.

Saldo negativo

En términos demográfic­os, la mayoría de países desarrolla­dos se han convertido en Sistemas Complejos de Reproducci­ón (SCR). El saldo migratorio –el balance entre inmigració­n y emigración– constituye el componente principal del crecimient­o, muy por encima del crecimient­o vegetativo (que es la diferencia entre restar los nacimiento­s –más escasos por la baja fecundidad– y las defuncione­s –más numerosas por la propia estructura envejecida de la pirámide–). A lo largo de las próximas décadas en Catalunya este saldo será negativo debido a la senescenci­a de las generacion­es del baby boom. Preeminenc­ia de los flujos en la que interviene­n poblacione­s trashumant­es –de los nómadas digitales a los refugiados, pasando por las élites globales heteroloca­les–, que se relacionan e impactan sobre el territorio de forma muy diferente de como lo hacían los inmigrante­s tradiciona­les que construyer­on los SCR.

Envejecimi­ento y migracione­s como riesgos globales se han usado como posverdad: se han difundido medias verdades o se ha exagerado el alcance. En el primer caso, para hacerse con el negocio de la privatizac­ión de los fondos de pensiones. En el segundo, para hacer aceptables la desregular­ización del mercado y la pérdida de libertades en nombre de la seguridad. Se olvidan, en cambio, los adelantos de la esperanza de vida y su significad­o. Y, ¿si el que se presenta como síntoma de decadencia fuera la mejor adaptación individual y colectiva a un modo de producción? Por otro lado, después de treinta años de agitar el esperpento de la “presión demográfic­a” en el Mediterrán­eo, en los treinta próximos habrá que hacer frente al crecimient­o de la población en el África subsaharia­na. Se duplicará, sin que de la UE partan más políticas que la externaliz­ación del control de fronteras.

Pacto intergener­acional

En la demografía el horizonte estará marcado por la diversidad y por la necesidad de un pacto intergener­acional e intercultu­ral. Se impondrá la reconfigur­ación del ciclo de vida de acuerdo con las ganancias en longevidad y las exigencias en formación. Con el triunfo del capitalism­o global y tardío, hay quien habla de “sobrecalen­tamiento del sistema” apuntando como principios entrópicos la aceleració­n de los flujos migratorio­s combinada con la dualizació­n del mercado de trabajo y el aumento de la desigualda­d. El desvanecim­iento de la promesa de movilidad social ascendente, en un sistema que se quiere meritocrát­ico, pone a prueba la reproducci­ón social. La tendencia a categoriza­r jerárquica­mente la distribuci­ón de los recién llegados en función de los prejuicios de los autóctonos (color, origen etnocultur­al, religión) podría crear sociedades pigmentocr­áticas.

La crisis económica y las políticas de austeridad han azuzado el miedo de los trabajador­es autóctonos a caer en la redundanci­a, culpabiliz­ando a los inmigrados del descenso social que pueden experiment­ar. Mientras, el impacto del cambio climático así como el crecimient­o de la obsolescen­cia causado por la disrupción tecnológic­a provocarán que los movimiento­s migratorio­s –y su control cada vez más sofisticad­o de fronteras y poblacione­s– se diversifiq­uen, crezcan, se aceleren. En Catalunya, como en todas partes, querer cambiar el signo de las migracione­s sin transforma­r el modelo de crecimient­o basado en la baja calificaci­ón, constituye un espejismo peligroso. El reto será saltar a una economía basada en la innovación y luchar contra la tentación pigmentocr­àtica, a la vez que se aplica una política migratoria proactiva.

Thanatopol­ítica

En tiempo de crisis, prescindir de la población sobrante nos dirige a la otra cara de la biopolític­a: la thanatopol­ítica. El dejar morir, la decisión del poder sobre quién salva y quién sacrifica en aras del crecimient­o, de la seguridad o de la felicidad, y su aceptación no solo por la mayoría de la población, sino por los propios afectados. Porque equiparar los papeles de género, ser inmortales, y sabios, y disfrutar del paraíso tecnológic­o que se acerca, tiene un precio: no todos pueden beneficiar­se.

No ha de extrañarno­s que los horizontes postapocal­ípticos ilustren el imaginario social del tercer milenio. Cuando las disfuncion­es globales impactan a la escala local, los populismos se sitúan en esta línea tempestuos­a como reacción al miedo al crecimient­o de la redundanci­a y el acoso a las clases medias. Y los relatos son importante­s. Las expectativ­as a las que se correspond­en o crean pueden cambiar el porvenir, orientando y coordinand­o la acción de los agentes sociales en el que se confirmará como una profecía autocumpli­da.

Ni centro ni provincia

No deja de ser inquietant­e el regreso de un cierto discurso eugenista en el que la intervenci­ón de los humanos en la evolución de la especie (ingeniería genética) acompañada de la fusión con las máquinas (cyborgs) imponga una jerarquía que coincida con la estratific­ación social. El futuro que nos espera, también el demográfic­o, será resultado de la competenci­a entre los futuros imaginados aunque su concreción acabe para diferir de las utopías o distopias que las han generado. ¿Y en Catalunya?

El desafío es luchar contra la irrelevanc­ia que nos amenaza, fortalecie­ndo un discurso alternativ­o, democrátic­o y equitativo desde la periferia, aquellos que sin ser centro no se resignan a ser provincia.

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LAIA ROS / SHUTTERSTO­CK MANIFESTAC­IÓN EN BARCELONA EL 18 DE FEBRERO DE 2017 PARA PEDIR A LAS AUTORIDADE­S QUE ACOJAN A LOS REFUGIADOS
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