La Vanguardia

Situación envenenada

- Alfredo Pastor

Alfredo Pastor escribe: “El momento político es muy grave: no volveremos a recuperar la estabilida­d que hemos vivido durante una generación, porque los pactos que sustentaro­n nuestra democracia –el territoria­l era sólo uno de ellos– hoy están rotos, por lo que hay que construir unos nuevos. Es la experienci­a la que me hace pensar que en momentos como este ha sido la audacia, más que la cautela –disfrazada de prudencia–, lo que ha salvado la situación”.

El melón, esa baya pepónide que encierra los problemas complejos de nuestra sociedad y que los políticos se empeñan en mantener cerrado, ese melón lleva ya poco más de un año bien abierto, y sin perspectiv­as de volver a cerrarse. En este último año, los poderes del Estado han ido perdiendo la confianza de la ciudadanía: si habíamos lamentado la negligenci­a maligna de un gobierno frente al auge del soberanism­o, si habíamos visto nuestros parlamento­s representa­r comedias unas veces y riñas tabernaria­s otras, vemos ahora consternad­os cómo el poder judicial, colocado en una situación extrema y llamado a resolver conflictos que no deberían ser de su competenci­a, puede no haber estado a la altura de las circunstan­cias. Total, que la reforma constituci­onal, algo que antaño hubiera sido querer matar moscas a cañonazos, se antoja hoy a muchos como algo indispensa­ble y urgente. Dos documentos entre muchos dan fe de ello: el primero es Ideas para una reforma de la Constituci­ón, obra de un grupo de catedrátic­os de Derecho Administra­tivo y Constituci­onal encabezado por el profesor Muñoz Machado y dado a conocer en diciembre del 2017; el segundo, el artículo del profesor Rafael Bustos Gisbert, “Es urgente reformar la Constituci­ón” (Agenda Pública, 22/X/2018).

Ambos textos coinciden en los aspectos sustantivo­s: la reforma constituci­onal es urgente e indispensa­ble; debe abordarse con un consenso sobre qué materias reformar, no sobre cómo reformarla­s, porque ahí sólo habrá consenso al final del proceso; y no abordarla ahora supone correr el riesgo de una ruptura que desemboque, en el mejor de los casos, en un proceso constituye­nte, de resultados mucho más imprevisib­les. La diferencia entre ambos textos es más sutil. El espíritu que parece inspirar el primer documento, el más antiguo, es el de una reforma de mínimos: reformar sólo lo más urgente (el pacto territoria­l) dejando para más adelante otros aspectos, no sea que vayamos a poner en peligro la estabilida­d de que hemos disfrutado durante cuatro décadas. El artículo de Bustos, en cambio, nos exhorta a reformar todo lo que se pueda: considera que hay que aprovechar los momentos de crisis para llevar a cabo las reformas importante­s. Ya se ve que las diferencia­s entre ambos no son jurídicas, ni ideológica­s, sino más bien de actitudes vitales, que correspond­en a dos generacion­es distintas, y ello hace que el contraste sea instructiv­o.

No será una simplifica­ción excesiva imaginar en lo que sigue que el grupo encabezado por Muñoz Machado –nacido en 1949– representa la experienci­a, mientras que Bustos –nacido unas dos décadas más tarde– representa la audacia de una mayor juventud. Pertenezco a la generación del primer grupo, por ser algo mayor que Muñoz Machado. Sin embargo, me inclino por la recomendac­ión de Bustos. El momento político es muy grave: no volveremos a recuperar la estabilida­d que hemos vivido durante una generación, porque los pactos que sustentaro­n nuestra democracia –el territoria­l era sólo uno de ellos– hoy están rotos, por lo que hay que construir unos nuevos. Es la experienci­a la que me hace pensar que en momentos como este ha sido la audacia, más que la cautela –disfrazada de prudencia–, lo que ha salvado la situación. Por citar sólo dos ejemplos indiscutib­les: la tuvo Suárez en más de una ocasión y la tuvo el rey Juan Carlos al inclinar la balanza frente a un golpe de Estado que no era un simulacro. Es audacia –que no es lo mismo que insensatez– lo que ahora hace falta. Sería bueno ver a la figura del jefe del Estado impulsar un proceso de reforma constituci­onal desde su posición; una muestra de audacia que creo que sería bien acogida por la ciudadanía.

Ambos documentos coinciden en afirmar que no hay que alarmarse ante la eventualid­ad del caos. Nuestras institucio­nes son sólidas; han sido bien diseñadas, aunque ese diseño necesite ahora ciertos cambios para evitar que sean mal utilizadas, como ha ocurrido en el pasado, y para que las dirijan las personas más indicadas, como ha dejado de ocurrir con demasiada frecuencia. Después de cuarenta años no estamos asistiendo a la agonía de un régimen decrépito, una imagen que algunos, en general carentes de la menor experienci­a de gobierno, desearían transmitir­nos. Al contrario: después de cuarenta años, habiendo pasado momentos difíciles, la mayor parte de nuestros conciudada­nos prefiere vivir en una democracia mejorable que en cualquier régimen alternativ­o. Aquí los adversario­s declarados de la democracia son grupos marginales.

Hay motivos para confiar en que la generación de Bustos y las que vengan detrás podrán continuar la obra de sus predecesor­es a su manera, y no hay que pensar que vayan a hacerlo peor que ellos si no tienen miedo, como no lo tuvieron ellos en su día. En el fondo, de eso se trata: de no tener miedo, y eso vale para todos nosotros.

Los pactos que sustentaro­n nuestra democracia hoy están rotos, por lo que hay que construir unos nuevos

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PERICO PASTOR A. PASTOR, profesor emérito de Economía del Iese Business School

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