La Vanguardia

Erika Villaécija

Erika Villaécija explica en el anuncio de su retirada quiénes son Mita y Jordi, dos de los principale­s responsabl­es de sus éxitos

- DOMINGO MARCHENA

NADADORA

Aunque aún le quedan dos competicio­nes pendientes, Erika Villaécija (34) anunció ayer su retirada de las piscinas y de la natación en aguas abiertas, después de media vida de éxitos en el deporte, como avalan sus títulos y medallas.

Erika Villaécija, de 34 años, se ha mantenido durante más de 16 en la primera fila de la natación catalana, española e internacio­nal. Ha participad­o en mundiales (cuatro de piscina corta y seis de piscina larga), en campeonato­s europeos (nueve de piscina corta y seis de piscina larga) y en cuatro citas olímpicas: los Juegos de Atenas’2004, Pekín’2008, Londres’2012 y Río de Janeiro’2016.

¿Cómo ha podido hacerlo? La respuesta está en el título de una novela espléndida de Arturo Barea, en realidad una trilogía: La forja de un rebelde. La rebeldía de esta deportista, que ha anunciado su retirada de la práctica profesiona­l de la natación, se refleja en la frase que decía siempre que los resultados de una competició­n no eran los que ella quería: “La próxima vez ganaré”. Así la recordaba ayer Enric Bertran, el presidente de la Federació Catalana de Natació, una de las muchas personas que la arropó en un adiós que es un hasta luego.

Un hasta luego porque Erika, que ahora trabajará como psicóloga en una consultorí­a, seguirá vinculada como técnica al Sabadell y a la natación. Si la importanci­a de una deportista se mide por su poder de convocator­ia, ella es una de las grandes. Acudieron a su llamada compañeras y compañeros, amigos, entrenador­es, familiares, patrocinad­ores, cargos institucio­nales y directivos de todos sus clubs: el Horta, donde la descubrier­on; el l’Hospitalet de Llobregat, donde comenzaron sus éxitos; el Sant Andreu, donde vivió una etapa dorada; y el Sabadell, donde renacerá como entrenador­a. Entre el auditorio había veteranos del deporte y recién llegadas al mundo como Arlet, de dos meses, la hija de Gemma Gavaldá Villaécija, prima de Erika.

“Todos –dijo la homenajead­a, en un discurso que humedeció los ojos de la mayoría del público– sois responsabl­es de mis éxitos”. Los citó a todos y a todas por su nombre, con cariño y gratitud, pero se reservó un lugar de honor para dos de los principale­s responsabl­es de sus logros: Vilma –o Mita, como la llaman en casa– y Jordi, sus padres. “Gracias, mamá, por despertarm­e siempre a las seis de la madrugada y por tener tiempo para ocuparte de la familia. Gracias, papá, por tus consejos. Ya ves que te hago caso y no hará falta que vaya con un bastón a la piscina: me retiro antes”.

Esta marcha, sin embargo, es atípica porque se produce de la mejor forma posible, sin lesiones de por medio, y con la protagonis­ta en plenitud de forma. De hecho, aún le quedan dos torneos por disputar: el campeonato individual de España y el campeonato de clubs. Tenía ilusión por acudir a sus quintos Juegos, en Tokio’2020, con 36 años. Si alguien podía lograrlo era una tozuda como ella, la primera nadadora de élite en compaginar las piscinas y las aguas abiertas. Pero los compromiso­s laborales le han obligado a replantear­se su carrera.

Esta vez será la definitiva. Ya amagó con marcharse en otras ocasiones, pero su carácter indómito y el amor de los suyos la ayudaron a seguir diez años más. Por eso, y porque donde se expresa mejor es en las piscinas, nadando, ayer tuvo en la mano un talismán para que la ayudara a hablar en público sin que se le rompiera la voz, cosa que no logró del todo. Ese talismán era la medalla de oro que consiguió en el 2010 en los 800 m libres en los Mundiales de piscina corta de Dubái. En el 2008 estuvo a punto de retirarse, pero ese oro –una de las 16 medallas de su vida de sirena– simboliza el premio a sus sacrificio­s y a su incapacida­d para rendirse.

Detrás de esa medalla, como detrás de todas, hay una madre que se ponía el despertado­r media hora antes para que lo encontrara todo a punto cuando madrugaba para irse a la piscina. Y un padre que se preocupaba cuando ella sufría para mantenerse en la cima. Y familiares, entrenador­es, amigos, compañeros... “Gracias –les dijo ayer– por enseñarme a luchar. Gracias por dejarme ser Erika Villaécija”.

A SU MADRE

“Gracias por despertarm­e siempre a las seis de la madrugada y por tener tiempo para la familia”

A SU PADRE

“Gracias por tus consejos; ya ves que te hago caso: no espero a necesitar bastón para retirarme”

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XAVIER CERVERA Erika Villaécija con su talismán, la medalla de oro del Mundial de Dubái

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