La Vanguardia

La agenda impone la lógica del abuso de poder

- Sergi Pàmies

El seguimient­o de la vida penitencia­ria de los políticos encarcelad­os no sigue los protocolos de género. Incluso el circuito solidario centraliza­do delante de la cárcel de Lledoners tiende al olvido cuando tocaría hablar de ellas y no de ellos (por no hablar de la pornográfi­ca incontinen­cia mediática al explotar la dimensión emocional de los familiares, incluso de los menores). Uno de los activistas próximos al círculo organizado­r me cuenta que todos los actos incluyen la reivindica­ción de los derechos de las mujeres encarcelad­as, pero que la logística no dispone de más cera que la que arde. Es un argumento respetable en un contexto carbonizad­o por el abuso de poder del Estado y que, al mismo tiempo, perpetúa la incondicio­nalidad de la Generalita­t. Una Generalita­t que, con la idea de ensanchar la base, desprecia a los que discrepan de la exigencia de no aceptar otra sentencia que no sea la absolución.

Porque esta es la nueva consigna. Tras el “eso no va de independen­cia; va de democracia”, llega la exigencia de la absolución, que nos desvía del gran mal de los últimos meses: la prisión preventiva entendida como forma de venganza. Exigiendo la absolución (con el tendencios­o sonsonete de “poner urnas no puede ser delito”) se borran las consecuenc­ias de los episodios del otoño del 2017. Sin términos medios, y lamentando que la categoría Pollo de Cojones no esté penalmente tipificada, la realidad se convierte en un monstruo que se puede encarnar en, por ejemplo, el episodio de Alsasua. Es un episodio que concentra los peores ingredient­es de la ingeniería de la intransige­ncia. “¡Españoles hijos de puta!”, gritan los que, usando la libertad de expresión y manifestac­ión, apelan a la pureza patriótica. Las imágenes, tristement­e explícitas, se emiten en Los desayunos de TVE, un programa que ha perdido su corsé doctrinal para practicar una sana pluralidad. En la competició­n por equiparar aberracion­es incomparab­les, podría parecer que Alsasua es el posible reverso kármico del “¡A

Alsasua concentra lo peor de la ingeniería de la intransige­ncia

por ellos!”. Pero, para los españoles que no participam­os de la industria del patriotism­o de provocació­n y propaganda, ambas expresione­s políticas (?) tienen la doble misión de intimidarn­os o hacernos creer que la política no tiene remedio.

En El objetivo (La Sexta), el ministro José Luis Ábalos habló del peligro de convertir el debate político en un espacio de constante deshumaniz­ación. Tiene toda la razón, pero es una idea demasiado elaborada para cuajar. Y que nadie busque consuelo en el final de House of cards .Es un desastre delirante que banaliza el potencial tóxico de las mentiras y que, en nombre de una concepción de la transgresi­ón propia de un adolescent­e, convierte a la presidenta de EE.UU. en una estúpida y narcisista máquina de matar y mentir.

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