La Vanguardia

Hippismo de exteriores

Hubo un hippismo interior, que se extendió por Formentera y Menorca, pero también hubo diáspora, un hippismo de exteriores

- Màrius Serra

Esta tarde se presenta en la librería Altaïr Cròniques orientals (Comanegra) de Josep Maria Romero. Es una colección de las crónicas que Romero ha leído, durante años, por la antena de Catalunya Ràdio, en el programa Els viatgers de la Gran Anaconda de Toni Arbonès, uno de los decanos de la radio catalana a pesar de los cambios de horario y periodicid­ad. El libro es un catálogo de descripcio­nes ideales para un curso de escritura. Romero se fija en los detalles, narra episodios cotidianos y contextual­iza sin empalagar. El exotismo que desprende es una mera cuestión de distancia. Es el extrañamie­nto de un oriente que, desde tiempos inmemorial­es, excita la hipófisis de los occidental­es. Comparados con Romero los motores diésel son veloces. Su percepción del tiempo es la de un payés que cultiva la Tierra, en mayúscula. El libro, editado con belleza desde la sobriedad, tal como suelen hacer en Comanegra, incluye alguna fotografía y los itinerario­s que explican, esbozados, cuál es el bagaje del autor: el viaje hippy a India (ocho meses de 1976), el Sudeste Asiático (seis meses de 1980), el invierno de 1983 entre Goa y Pakistán, en 1992 en el sur de India, el sector oriental de la vuelta al mundo sin aviones durante seis meses en el 2002, los inviernos en Pondicherr­y, los años en Laos (20052008), el año en Shanghai (2010) y, desde 2012, la actual residencia en Tailandia con Chiang Mai como centro de operacione­s. Al final del libro, los mapas de las costas pacíficas de América (México, Alaska) y Asia (Siberia, Japón) dibujados desde un punto de vista que nos sorprende se orientan desde Chiang Mai, su actual centro del mundo.

Conocí a Romero a principios de los ochenta. En Filología Inglesa nos daban clases de civilizaci­ón británica, pero él ya había visitado las migajas de medio imperio británico y tenía una visión fundamenta­da. Aquí hubo una cultura hippy autóctona (Sisa, Pau Riba) que la generación de Romero seguía de cerca y un hippismo interior que se extendió por Formentera o Binibeca, en Menorca. Pero también hubo diáspora. Un hippismo de exteriores que emprendió todo tipo de viajes y que, con los años, cristalizó entorno a Altaïr. La ruta de India que proyectaro­n los Beatles cuando George Harrison leyó la traducción al inglés que el orientalis­ta mallorquín Joan Mascaró había hecho de los Upanishads engulló a toda una generación de jóvenes catalanes. No pocos sucumbiero­n ante la droga. Romero, con su amigo Miquel Laviós, hizo aquel viaje iniciático, de ocho meses, y ya no ha dejado de rodar. De sus crónicas me quedo con un párrafo que le define (y probableme­nte nos define como catalanes): “Cuando llego a una ciudad para pasar una temporada, una de las primeras cosas que hago es buscarme un profesor de la lengua local, porque siento que el aprendizaj­e de la lengua, por modesto que sea, resulta una vía excelente de penetració­n en una cultura”.

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