La Vanguardia

Lugar simbólico

- Jordi Amat

La vigilia de la Fiesta Nacional la plataforma España Ciudadana levantó una carpa en el paseo del Prado. Si algo destacaba en las paredes exteriores de ese hinchable eras las seis letras que una tras la otra conforman la palabra España. Además, gracias a un diseño alegre, su E inicial se transforma­ba en una bandera española tan banal y tan jovial. ¿Banderas en pleno centro de Madrid colocadas coincidien­do con la fiesta grande del calendario nacional? Que fuera precisamen­te con esta facha y en esos días podría parecer una contradicc­ión. Porque el propósito ideológico de esta plataforma de Ciudadanos, según su decálogo, es el combate contra el populismo y el nacionalis­mo. Pero ya se sabe que en estas cuestiones una cosa es la teoría y otra distinta es la práctica. Nacionalis­tas siempre son los otros. De los otros, populistas, son los símbolos que separan. Y un día que pasó por la carpa Albert Rivera aprovechó para anunciar el próximo acto de su plataforma. ¿Dónde? En Alsasua. ¿Por qué en esa población navarra? Pues lo normal. Porque es un “lugar simbólico”.

Si Alsasua, más allá de su cotidiana realidad, es símbolo de algo –tras las intolerabl­es agresiones a dos guardias civiles y sus parejas una noche de hace un par de años, la larguísima prisión preventiva aplicada a unos jóvenes que fueron acusados de terrorismo y la posterior sentencia dictada por la Audiencia Nacional (durísima a pesar de rechazar la calificaci­ón de terrorismo)– es de lo frágil y complejo que resulta suturar las heridas provocadas por un conflicto trágico en una clima de tensión (porque aún la hay). Un conflicto que durante décadas ahogó una sociedad que, con dificultad­es, quiere fundar su futura convivenci­a democrátic­a aprendiend­o a gestionar el olvido y la memoria del odio y la violencia. Pero Rivera, liderando un acto apoyado por populares y representa­ntes de la extrema derecha, aprovechó esa frágil y tensa complejida­d para organizar un mitin que triunfaba si lograba hacer estallar ese símbolo. Tenía todo el derecho del mundo a organizarl­o, faltaría más, pero asumiendo que así él también chapotea en el magma que denuncia: el del nacionalpo­pulismo. Tan jovial, es verdad, tan banal.

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