Un soplo de jazz fresco
ROY HARGROVE (1969-2018) Trompetista de jazz
El trompetista Roy Hargrove fue uno de los verdaderos renovadores del jazz contemporáneo desde una perspectiva global, desde un prisma no excluyente ni capillista. Y además lo hizo desde un elevado listón cualitativo y amplio de miras estilísticas, aspectos especialmente remarcables tratándose de un músico relativamente joven. Ese marchamo de juventud impregnó una carrera desde sus inicios hasta su temprano fallecimiento, ocurrido el pasado viernes en Manhattan con sólo 49 años de edad. Su muerte, en el hospital Mount Sinai, se produjo por un fallo cardiaco consecuencia de los problemas renales que padecía desde hacía años.
Virtuoso y dotado de una musicalidad indiscutible, la obra y la calidad interpretativa de Hargrove le convirtieron en uno de los renovadores más luminosos de la escena jazzística a comienzos de los noventa, deviniendo en relativamente poco tiempo en uno de los intérpretes y compositores más respetados de su generación. Ya despuntó Hargrove (Waco, Texas, 1969) a su paso por la high school, donde mostró un impecable conocimiento respetuoso por el canon jazzístico que supo maridar de forma natural con una sonoridad fresca y reconocible para jóvenes audiencias. En esa combinatoria inicial tuvo mucho que ver el poso de jazz y rhythm’n’blues que Hargrove había bebido desde pequeño, desembocando en una sonoridad que años más tarde el crítico Nate Chinen explicaría en The New York Times a raíz de la publicación de su álbum Earfood: “En tempos enérgicos, exhibe una tremenda claridad y tensión, apoyándose en la corriente de su sección rítmica. A un ritmo más pausado, tocando el flugelhorn, le da a cada melodía el equivalente de un tratamiento de spa”.
Su carrera en términos nominales tuvo varios momentos decisivos, el primero de ellos el encuentro con el también trompetista Wynton Marsalis en 1987, quien, admirado por el potencial y las virtudes de Hargrove, le introdujo en su preciado círculo profesional. Allí establecería conocimiento y complicidades musicales con Bobby Watson o la banda Superblue, y comenzaría a pisar algún festival jazzístico internacional.
La amplitud de su arco sonoro y su fascinante curiosidad/apertura fueron una constante a lo largo de su carrera, como volvió a quedar patente a finales de los noventa cuando, ya una reputada figura del circuito, se integró en los Soulquarians, un colectivo atípico integrado por músicos y creadores procedentes del neo soul y del hip hop como Erykah Badu, D’Angelo o Questlove. Durante unos cuantos años sus colaboraciones fueron regulares, y no es raro oír el soplido de Hargrove en algunos álbumes de su colegas luego convertidos en referenciales, como Mama’s gun, de Badu, o Voodoo, de D’Angelo.
A pesar de su característica tendencia a mirar hacia terrenos sonoros transfronterizos, Hargrove siempre tuvo como prioridad conocer en profundidad el terreno sobre el que había cimentado su vida sonora, es decir, las raíces del jazz, su historia, sus tradiciones. Ya lo tenía claro hace un cuarto de siglo cuando aseguraba que “estoy intentando estudiar la historia, aprenderla, entenderla, de tal modo que me permita desarrollar algo que aún no se ha hecho”. Su carrera discográfica fue reflejo de esta evolución. Aterrizó a finales de los ochenta en un subsello de RCA, con el que grabó sus primeros cinco álbumes. Su conversión en estrella confirmada a mediados de los noventa y alguna colaboración de lujo con Marsalis y su Jazz at Lincoln Center Orchestra facilitó su fichaje por el prestigioso sello Verve. Allí alumbró las obras que no sólo le encumbraron, sino que dieron dimensión de su talante innovador, tanto en Habana, una lectura de música afrocubana, electrificada y ofrecida por músicos de la isla y estadounidenses (y que le supuso un Grammy) como en Directions in music, un directo compartido con Michael Brecker y Herbie Hancock y referencia del jazz acústico moderno.
Con el nuevo siglo su actividad encontró sobre todo dos plataformas de expresión, por un lado RH Factor, una macroformación con la que se ganó nuevos públicos gracias a su muestrario de funk setentero, atmósferas cool y esencias electrificadas hip hop. Con su ligeramente más ortodoxo Roy Hargrove Quintet tuvo un formato a lo largo de su carrera en donde podía dar rienda suelta a todo tipo de propuestas, como el citado álbum Earfood, donde combinaba standards con digresiones propias elegantemente mestizas. En el 2009, este glorioso joven león (en referencia a los llamados The Young Lions, como él o Joshua Redman) alumbró su último álbum, Emergence, aunque su actividad en giras o actuando regularmente en Nueva York no decayó hasta hace escasos años.
La amplitud de su arco sonoro y su fascinante curiosidad fueron constantes a lo largo de su carrera