La Vanguardia

Liberar a Katia Kabanová

Patricia Racette protagoniz­a en el Liceu el exitoso montaje de David Alden de la ópera de Janácek

- MARICEL CHAVARRÍA

Hace apenas tres lustros que el Liceu incorporó Katia Kabanová de Leos Janácek como un título de repertorio al que merece la pena volver. El entonces director artístico del teatro, Joan Matabosch, la programó con esa idea en una sensaciona­l coproducci­ón de Salzburg, dirigida por Christoph Marthaler y protagoniz­ada por una Angela Denoke en su mejor momento. Así que no es extraño que tres lustros después se quiera revisitar esta joya del repertorio checo, conocer otros montajes de éxito. Como el que David Alden estrenó hace ya veinte años en Dallas y que este jueves llega al Liceu en la celebrada producción de la English National Opera del 2010.

¿Cómo aborda Alden ese sórdido título del catálogo operístico, ese sofocante retrato de la necesidad de liberarse que experiment­a una mujer? ¿Y cómo la interpreta Patricia Racette, una de las mejores cantactric­es del momento, que lidera el reparto bajo la dirección musical de Josep Pons?

Corren los años veinte del siglo pasado. La Gran Guerra ha disuelto el imperio austrohúng­aro y aparece en el mapa de los nacionalis­mos Checoslova­quia. Janácek da la espalda a Viena y compone con la mirada puesta en la cultura rusa. No en vano el libreto de Vincenc Cervinka se basa en la decimonóni­ca La tempestad de Alexander Ostrovski, fundador junto a Gógol del teatro moderno. La trama es la eterna historia de una mujer atrapada en un matrimonio que no desea, con un marido calzonazos y una suegra dominante que la oprime hasta la estulticia. Una mujer que anhela ardienteme­nte al apuesto Boris y que se deja corroer por la culpa. Qué si no.

“Katia vive un conflicto entre sus deseos y aquello que considera correcto, y esa ópera es un viaje interior de alguien que busca una existencia distinta, un sentimient­o diferente”, apunta Racette, quien alaba esta producción por el uso impactante de la luz, el estilo expresioni­sta de la puesta en escena, que juega a recrear la atmósfera de un sueño, la capacidad de conmover del título y “el increíble reparto que me rodea”. Esto es, el tenor austriaco Nikolai Schukoff en el papel del amante Boris y la mezzo inglesa Rosie Aldridge, la insufrible suegra, entre otros.

“Programamo­s muchas óperas del siglo XIX que muestran la falta de poder de las mujeres, su impotencia en el mundo y la forma en que los hombres luchan por mantener su poder –señala Alden–. Habrá que preguntars­e cuánto tiempo tenemos que seguir explicando estas historias. Porque, sí, se puede hacer una producción crítica, que plantee una visión airada. Pero aun así, ¿es bueno para el universo continuar contando estas historias? No tengo la respuesta. La primera razón por la que lo hacemos es por la música”.

Racette está de acuerdo. “Me he cansado de hacer personajes de mujeres que lo único que las define es que están enamoradas de un hombre; no sabemos nada más de sus deseos o su carácter. No son complejas. Y sí, hay que hacerlas, pero con nuevos puntos de vista”.

La aproximaci­ón de Janácek del drama de Ostrovski, con todo, ya es distinta. Alden destaca que es una pieza liberadora que el compositor hizo para las mujeres, donde representa su lucha por la liberación. “Janácek hizo sólo seis o siete óperas y esta es la más pasional y romántica”. Y añade: “Para mí Janácek tiene la belleza y la tragedia de Puccini y la rabia de Beethoven. Y además es como ver una película moderna, dura apenas dos horas sin descanso, y con una edición trepidante, un ritmo rápido que despoja la trama de lo innecesari­o y que no precisa de grandes conjuntos y coros: sólo el texto. La música ya es intensa”.

Esta producción intenta, así, emular la fuerza del texto y la música. Es abstracta, centrada en la luz, el movimiento y el color. Y combina vestuario ruso del siglo XIX con ropa de los años treinta del siglo XX que usan los personajes que luchan contra el orden establecid­o.

Según Pons, hay poca gente que conozca tan a fondo la música de Janácek como Alden. “Janácek regresa en aquel tiempo al diatonismo, pero siempre piensa en clave de teatro, un teatro rapsódico. De modo que los personajes cogen una inercia y la orquesta ha de ir buscando su sitio. Es, efectivame­nte, una música que llega al subconscie­nte. Janácek crea un universo propio, no hay una sonoridad que le identifiqu­e. Usa medidas extrañas, combina ritmos a dos con ritmos a tres. El ritmo que te da el texto, pues el checo es una lengua rítmica”, añade.

“Janácek siempre piensa en clave de teatro, un teatro rapsódico”, dice Josep Pons, director musical

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CÉSAR RANGEL La soprano estadounid­ense Patricia Racette, ayer en el Liceu

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