La revancha de los lobos FÚTBOL SIN FRONTERAS
Cuando de niño, en la España una, grande y libre de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, le preguntaba cuál era el mejor equipo del mundo, y a sabiendas de que para mí el Real Madrid sencillamente no existía, mi padre me hablaba de “su” Sevilla de Campanal, Domènech y Pepín, del Athletic de Gaínza, Izaguirre, Maguregui y Azcárate, del San Lorenzo de Almagro y el Racing de Avellaneda, del Milan, el Honved de Budapest... y el Wolverhampton Wanderers.
Los Wolves, de hecho, recibieron el 13 de Diciembre de 1954 en el estadio de Molineux (donde empezaron a jugar en 1889 y todavía lo siguen haciendo) al campeón húngaro, en uno de los primeros encuentros transmitidos por televisión cuando la Copa de Europa todavía no había nacido. Y tras derrotar a los magiares por 3-2 remontando un 0-2 en el descanso, la prensa inglesa proclamó extraoficialmente al Wolverhampton “campeón del mundo”, y el diario francés L’Équipe se permitió discrepar en una portada histórica. A raíz de eso, los franceses impulsaron la creación de un torneo continental que no dejase dudas sobre quién era el rey.
El estilo de aquel Wolverhampton entrenado por Stan Cullis no tiene nada que ver con el actual del portugués Nuno Espíritu Santo, un discípulo de Mourinho en el Oporto que podría decirse que ha superado a su maestro. Los formidables Wolves de los cincuenta practicaban el típico fútbol directo inglés de balones largos, y recurrieron a la argucia (utilizada también a veces contra el Barça) de crear un terreno de juego impracticable en el que la técnica se ahogaba. Perdiendo por dos a cero (que podían haber sido seis) en la media parte, Cullis dio instrucciones de encharcar un césped que ya estaba blando tras varios días de lluvia en las Midlands inglesas, lo cual –a falta de mangueras– se hizo a base de cantimploras. Tras la continuación, el fango atenazó no sólo la la pelota sino también las piernas de Puskas, Kocsis, Czibor, Machos, Kovacs y compañía, que acabaron desmoralizados. Los locales remontaron y se impusieron por3a2.
Los orgullosos ingleses, inventores del fútbol, no podían entender por aquel entonces que en otros lugares se jugase mejor. Trece meses antes, una selección húngara de la que el Honved era la columna vertebral, se había impuesto en Wembley por 6 a 3, la primera derrota en casa de Inglaterra y una humillación sin precedentes. Y peor todavía sería, poco después en la devolución de la visita, el 7-1 de Budapest. Por eso a los periódicos no les importó la falta de deportividad, o la manera en que los Wolves ganaron. Su victoria fue ensalzada como una revancha, y ellos proclamados “campeones del mundo”.
El Honved era técnicamente mucho mejor, con un fútbol de pase y de toque que en aquella época era habitual en Argentina pero no tanto en Europa y menos aún en Inglaterra, pero no por ello hay que quitar mérito a un Wolverhampton Wanderers que ganó las ligas del 53-54, 57-58 y 58-59, y la Copa del 59-60 (su supremacía fue ayudada por la tragedia aérea de Munich en la que fallecieron varios jugadores del Manchester United). Tras la creación de la Copa de Europa no pudo confirmar sin embargo su condición de “campeón del mundo”. Participó en dos ediciones, siendo eliminado por el Schalke en la primera y vapuleado por el Barça en la segunda (4-0 en Barcelona y 2-5 en Molineux).
La gloria del Wolverhampton no se concibió en torneos oficiales, sino en una serie de “amistosos bajo las luces”. Fue, tras el Arsenal, el primer club que puso focos en su estadio para que se pudiese jugar de noche (algo que estaba prohibido en partidos de competición por la Federación Inglesa). Y convocaba a sus aficionados a lo que entonces se consideraban horas intempestivas, en las que la gente de bien estaba en la cama, para medir sus fuerzas con los grandes equipos de la época, como el Spartak y el Dínamo de Moscú, el Rácing bonaerense, el Maccabi de Tel Aviv, el Estrella Roja... y también el Real Madrid.
Di Stefano, Gento, Joseíto, Kopa y demás campeones de Europa viajaron en octubre de 1957 al black country inglés y corrieron la misma suerte que antes el Honved, cayendo por 3-2 a pesar de los dos goles de Marsal. Poco después, en el Bernabeu, empataron a dos, solidificando así la impresión de mi padre de que el Wolverhampton era uno de los mejores equipos del mundo, y de que Finlayson, Flowers, Stuart, Wilshaw o Broadbent figuraban entre las grandes estrellas de su tiempo. Hoy, propiedad del conglomerado chino de inversiones Fosun, los lobos vuelven a aullar.
El Wolverhampton quiere rememorar su época gloriosa de los cincuenta, cuando fue proclamado extraoficialmente “el mejor del mundo”
Su victoria en 1954 sobre el Honved de Budapest fue un factor decisivo para que naciera la Copa de Europa