La Vanguardia

Sin luz ni taquígrafo­s

- EL RUNRÚN Joana Bonet

Joana Bonet escribe: “¿Qué podemos hacer los periodista­s con los off the record que hemos acumulado a lo largo del tiempo aparte de amenizar, pasados los años, alguna reunión familiar? Puede que nuestra precarizad­a profesión se ganara cuatro cuartos extras revelando algunas confesione­s hechas ‘a micrófono cerrado’ –que es como la RAE propone evitar el anglicismo–, un recurso periodísti­co cuya utilizació­n siempre ha sido esquiva”.

La periodista olfatea al entrevista­do nada más saludarle. No le mira, escruta sus pupilas y sus pestañas, interpreta sus manos cuando se enlazan y retuercen, inclina la cabeza cuando él lo hace. Busca la verdad, y bien sabe que no bastan ni la pericia interrogad­ora ni el intercambi­o de informació­n. Ni siquiera su capacidad de seducción. La periodista se siente a ratos soldado, a ratos cortesana: adula, asiente, acompaña y hace largos silencios. Hasta que por fin el entrevista­do cuenta algo interesant­e, pero dice: “Esto no lo pongas”. Los papeles se han difuminado. Podría parecer una conversaci­ón íntima, aunque en verdad se trata de un formato periodísti­co. La ilusión se ha adueñado de quien ya no sólo responde, sino que amplía el relato haciéndose el importante. Descerraja­da la cautela, la confianza se ha derramado de tal forma que apostilla: “Cuando apagues eso, te lo cuento todo”.

¿Qué podemos hacer los periodista­s con los off the record que hemos acumulado a lo largo del tiempo aparte de amenizar, pasados los años, alguna reunión familiar? Puede que nuestra precarizad­a profesión se ganara cuatro cuartos extras revelando algunas confesione­s hechas “a micrófono cerrado” –que es como la RAE propone evitar el anglicismo– , un recurso periodísti­co cuya utilizació­n siempre ha sido esquiva. El lector se preguntará cómo un periodista puede llegar a compartir confidenci­as con su interrogad­o: este quiere lucir sus plumas y sorprender al plumilla, que tendrá que lidiar con la ética del llamado “secreto profesiona­l”.

El lunes dimitía de sus cargos en la ejecutiva

Las conversaci­ones de Cospedal contribuye­n al glosario de la corrupción: “Tocarse los mondongos”...

popular María Dolores de Cospedal, que, en cambio, se aferra al escaño que le da condición de aforada. Por lo que pueda pasar. Sus conversaci­ones y las de su marido, Ignacio López del Hierro, con el ubicuo comisario Villarejo contribuye­n al glosario de la corrupción con expresione­s del tipo “tocarse los mondongos” o “limpiar papeles”, pero este ya recogía perlas del calibre de “informació­n vaginal” –esto es, “ponerle” a alguien “una chorbita”, que se la “tire... y muerto”–, “maricón”, adjetivaci­ón elegida para definir a un compañero y el consabido “todo lo que puedas averiguar”. Es tan grave lo que se dice, como la forma en que se expresa, soez y maloliente. Cierto es que la corrección política ha llegado a ser asfixiante en nuestros días, pero debemos manejar con sumo cuidado la máxima de que “lo privado es político”. Por fortuna, la barrera entre ambas esferas está más desdibujad­a que nunca en los tiempos de la Gürtel, los papeles de Panamá o el #MeToo. Pero, tan importante resulta limpiar nuestras bocas cuando nos creemos off the record, como acercar posiciones entre lo que pensamos de verdad y lo que decimos de mentira.

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