Homenaje a ‘los peludos’
El centenario del final de la Primera Guerra Mundial reaviva el “turismo de la memoria” en el norte de Francia
Chistian y Christoph, dos amigos jubilados de Berlín, salen impresionados de visitar el Fort Douaumont. La lucha por la posesión de este búnker, en las colinas de Verdún, fue encarnizada entre franceses y alemanes, uno de los episodios más sangrientos de la Primera Guerra Mundial. Sólo en una noche, la del 7 al 8 de mayo de 1916, una explosión fortuita de munición mató a 679 soldados alemanes que estaban en su interior. Allí reposan todavía. Sus camaradas bautizaron el lugar como Sargdeckel (la tapa del ataúd).
Los abuelos de los dos amigos berlineses combatieron en aquella guerra y sobrevivieron. Pero sus nietos ni siquiera saben si estuvieron en Verdún. “No le gustaba hablar de aquella experiencia –comenta Christian–. Me contó muy poco”. Christoph da las gracias de que Europa haya cambiado. “Las generaciones anteriores no conocían la vida sin guerra –subraya–. Es increíble que llevemos más de 70 años de paz”. Y se pregunta si los jóvenes alemanes aceptarían hoy ser enviados a morir: “Antes la sociedad era autoritaria, la gente aceptaba morir por el káiser, por la patria. ¿Qué es hoy la patria, si nos movemos sin fronteras?”
El turismo de la memoria se ha reavivado con motivo del centenario del final del primer conflicto mundial. El encuentro de este diario con Christian y Christoph precede a la llegada a Verdún del presidente Emmanuel Macron, que participará en una ceremonia en el Osario, uno de los lugares más impresionantes de Verdún. El titular del Elíseo ha estado antes en otro lugar emblemático, Les Éparges. Ha rendido homenaje a les poilus (los peludos) –como se les llama en Francia a los soldados de la Gran Guerra, por sus mostachos y sus barbas sin afeitar– y ha anunciado que el escritor Maurice Genevoix, combatiente en aquel conflicto y autor de Ceux de 14 (Los del 14), será llevado al panteón y, simbólicamente, también todos los civiles y militares que participaron en aquella contienda.
La siguiente parada del “periplo de la memoria” de Macron, que se prolonga durante una semana entera, será Reims, la ciudad mártir, en la región del champán. Fue la que más sufrió en aquella guerra. La destrucción alcanzó el 60% de sus edificios. No se libró ni su catedral gótica, donde eran coronados los reyes franceses, ni la espléndida basílica de Saint-Remi. Ambas fueron reconstruidas –en parte gracias a la generosidad del magnate estadounidense
Macron visita Verdún y Reims, la ciudad mártir, y hace entrar en el panteón a los héroes de la guerra
Rockefeller–, pero se dejaron vestigios como los impactos de los proyectiles o la piedra ennegrecida por el fuego. Se ha hecho lo mismo con la estación central. La restauración del 2010 ha respetado una parte de las heridas de la fachada, como recuerdo y advertencia a las nuevas generaciones.
Muchos habitantes de Reims sobrevivieron a los bombardeos al hallar refugio en las cavas de champán, junto a las botellas. En ellas se instalaron camas y nacieron bebés. Incluso el consistorio hubo de reunirse en una de ellas tras quedar inutilizado el Ayuntamiento.
El 7 de mayo de 1945, Reims se dio la revancha. En la ciudad se firmó la rendición de la Alemania nazi. Años después, Reims pudo superar esa dinámica bélica endemoniada y devino un reflejo de la reconciliación francoalemana en una Europa en paz. El rector de la catedral, Jean-Pierre Laurent, insiste ante el visitante en recordar la misa que compartieron el presidente De Gaulle y el canciller Adenauer el 8 de julio de 1962. Laurent barre para casa y añade: “Creo que fue importante que ambos estadistas fueran católicos”.