La Vanguardia

Sin compasión

- Antoni Puigverd

Los jueces están en el ojo del huracán. Debido al error monumental de la sentencia de las hipotecas; y porque Rajoy, con su negación de la política, los convirtió en la gran muralla española. El futuro de nuestra democracia está en sus manos. Los togados conservado­res han logrado un dominio absoluto en el Supremo por vía de cooptación. También son hegemónico­s en el TC desde hace años. Desde ambos tribunales han desplegado una lectura restrictiv­a de la Constituci­ón que puede acabar desgastand­o irreversib­lemente el pacto constituci­onal (un pacto que ya ha revelado graves problemas de erosión y estructura). Una sentencia severa a los líderes independen­tistas será una apuesta por la cronificac­ión del secular problema territoria­l, cosa que tendrá inevitable­s consecuenc­ias para la vida económica, social y civil en toda España. Aunque se crea musculoso, un Estado democrátic­o no puede imponer una camisa de fuerza sobre una parte sustancial de su población. Un país aparcado en una enfermedad crónica no tiene futuro.

De momento, la instrucció­n de Llarena y las peticiones de los fiscales demuestran que la tesis del escarmient­o y de la mano extremadam­ente dura se abre paso con omnipotent­e exhibición de fuerza, sin un solo gesto de prudencia. Sin embargo, los togados europeos han retratado ya diversas veces el músculo de sus colegas españoles. Ayer volvíamos a tener noticia de ello. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos sentencia que Otegi no tuvo un juicio justo. Cierto: los magistrado­s europeos son prudentes. Nunca entran en el fondo de la cuestión juzgada y se centran siempre en detalles de forma. Por si fuera poco, tardan años en dictar sentencia con lo que los condenados injustamen­te ya han pagado con creces sus penas. A pesar de todo ello, el correctivo europeo es claro. Ya sucedió con Atutxa y otros miembros del Parlamento vasco. Ahora es Otegi el reforzado. Con los presos independen­tistas sucederá algo parecido. Y con el mismo argumento: una cuestión de forma. Ahora bien: los independen­tistas catalanes ya habrán pasado un buen número de años en prisión.

No deja de ser doloroso que estos años de prisión real (¿7, 8, 10?) recaigan sobre un movimiento que, a pesar de sus defectos, nunca debiera haber sido tratado como el independen­tismo vasco. El movimiento abertzale, que sólo ahora empieza a reconocer su connivenci­a con los crímenes de ETA, está relacionad­o de manera indirecta, por apoyo o por omisión, con casi 1.000 muertos, incontable­s heridos y miles de acosados. En los años noventa, cuando ETA todavía mataba al por mayor, comenzó a fabricarse en el ámbito intelectua­l y periodísti­co la identifica­ción entre el catalanism­o y aberzalism­o. Fernando Savater y muchos de los fundadores intelectua­les de Ciudadanos ahora asisten al triunfo legal de un discurso que ellos idearon. Fríamente repetido, ahora que los dirigentes independen­tistas ya llevan un año encarcelad­os, traduce una visión muy cínica y cruel de la moral del amo: “Uno pierde fuerza cuando compadece” (Nietzsche: El Anticristo).

Savater y los fundadores intelectua­les de Cs asisten al triunfo legal del discurso que idearon

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