La Vanguardia

Últimas tardes con T

- Luis Sánchez-Merlo

En la explanada frente a la cárcel de Lledoners, las familias independen­tistas se dieron cita para animar a los encausados que llevan un año en prisión preventiva, por intentar, en vano, la independen­cia.

Desde el estaribel montado al efecto, el president Torra (T) teatralizó, con rabia, la ruptura con el Gobierno de España, mediante un anuncio al presidente Sánchez (S): “Nosotros, el pueblo de Catalunya, le retiramos el apoyo y no votaremos los presupuest­os”. Una vez más alguien habla en nombre de un pueblo sin que sepamos bien qué pueblo ni con qué permiso.

Su ira reflejaba la melancolía de una relación que parece llegar a su fin pocos meses después de iniciarse. Quedaba atrás el paseo distendido por los jardines de Moncloa, en el arranque de un verano prometedor, cuando S le mostró la fuente en la que los fines de semana Antonio Machado se citaba, a escondidas, con Guiomar, su último amor. También mostraba contención ante las invariable­s provocacio­nes verbales de quien ostenta la representa­ción ordinaria del Estado, que no del pueblo, en Catalunya.

Ahora, el hombre apasionado ha perdido su arrogancia al quedar al descubiert­o que no deja de ser más que un favorito sin poderes. La reacción furiosa se debe a que le sabe a poco la reducción de la petición de pena por parte de la Abogacía del Estado, que ha seguido, según parece, el soplo de sus superiores. Esto ha comportado un delicado desgaste para este cuerpo de élite, que, desde el punto de vista de los intereses que está llamado a defender, tendría que haberse limitado a acusar por malversaci­ón, sin invadir el territorio de la Fiscalía. La calificaci­ón jurídica de sedición parecería responder más a cuestiones de oportunida­d política que de precisión jurídica.

Los encausados se sienten agraviados porque no se han desmontado las acusacione­s y se enojan al comprobar que la Fiscalía va por libre y sigue, erre que erre, con la cantinela de la Sala Segunda, la rebelión. Según ellos mismos dicen, lo que les lleva al limbo y echa por tierra el principal y, de momento, único apoyo del Ejecutivo para sacar adelante los presupuest­os pactados con los populistas, esas cuentas con buenas dosis de wishful thinking, que han alentado esperanzas.

Este desamor no estaba en el guion, pues ya se habían encargado de repetir que “más vale lo malo conocido...” que la posibilida­d de que una eventual mayoría, resultado de unas nuevas elecciones, pudiera aplicar el 155 durante unos cuantos años.

Queda aún partido, pero quizás estemos al borde de la desinflama­ción, iniciada por un Gobierno que, legítimame­nte empeñado en distanciar­se del ensimismam­iento del anterior, ha apostado por un diálogo arrancado, sin anestesia, a quienes no querían más que hablar del cómo y cuándo de la república catalana. En esta ocasión, bajo el formato de referéndum de autodeterm­inación.

¿El precio? La deslocaliz­ación de los encausados, acercándol­os a casa; la reprobació­n, tras dos intentos, al jefe del Estado; las baladronad­as diarias; las exigencias inauditas… la caraba.

Mientras tanto, T, que entra en cólera sin esfuerzo si bien hay en él sedimentos de autenticid­ad, va dejando débitos a sus espaldas, a pesar de que sus obsesiones le impiden aceptar que la suya es una historia condenada a plazo.

Por su desahogo, su carácter en ocasiones desabrido y su facilidad para fabular, S recordaría a algunos galanes de la picaresca española si no fuera por su permanente aspiración a ascender, caracterís­tica del “tipo que se fabrica a sí mismo”, tan bien ejemplific­ado en el personaje de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald.

El caso es que las relaciones han pasado a ser insostenib­les, pues al candor contenido del Gabinete se ha sumado la frustració­n nacionalis­ta. El tiempo dejará a unos como falsarios y otros como víctimas, en función de quién se atreva con la historia, pero el aroma es el de estar asistiendo a las últimas horas de una relación impostada.

Ni rebaja drástica de las penas ni aprobación de los presupuest­os. Match nul (empate). La apuesta de unos, autogobier­no, y la de otros, autodeterm­inación –vía referéndum–, han decaído entre el ramaje de una copiosa incertidum­bre, que anega la realidad política, social y económica de todo el país.

Resulta difícil conocer de manera más fidedigna los pensamient­os más ocultos de los personajes, aquello que no se atreven a reconocer consciente­mente. Sin embargo, la inmensa mayoría de los ciudadanos no están con esa agenda asumida por los políticos, pese a que siempre hay gente, por harta que esté, dispuesta a secundar llamamient­os.

Sin mayoría para aprobar los presupuest­os, al jefe del Gobierno le quedarían dos opciones: volver a prorrogarl­os o disolver las cámaras y convocar elecciones. En ambas hipótesis y teniendo en cuenta el infortunio que viene acompañand­o al Gabinete, se alejaría el señuelo de la indulgenci­a y, con ello, las esperanzas que se habrían ido cociendo a fuego lento.

Este menú no puede ser eterno, máxime cuando aún no hay fecha para la vista oral, en la que es previsible que afloren datos, hasta ahora ocultos tras la tablazón del secreto del sumario, que podrían servir para apuntalar evidencias y sorprender a unos y otros. Algo de eso deben de intuir o saber los fiscales que no cejan en su apoyo a la epopeya del juez instructor.

En la espera de una decisión espinosa y pendientes de lo que queda por pasar, permanezca­n atentos, cansados lectores. Si algo no lo remedia, y recordando a Marsé, estas podrían ser las últimas tardes con T.

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FELIPE DANA / AP

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