La Vanguardia

La generosida­d del vencedor

- Lluís Foix

El periplo de la memoria que propicia estos días Emmanuel Macron para conmemorar el fin de la Gran Guerra es un intento de borrar la mala conciencia de los horrores de aquella primera gran catástrofe del siglo pasado pero también una manera de recoser las heridas que todavía supuran en las muchas memorias que conviven en una Europa unida y, a la vez, más desgarrada por nacionalis­mos excluyente­s que emergen en todos los parlamento­s.

Los franceses protegen los obeliscos pequeños o grandes que se levantan en cada ciudad y pueblo con los nombres de los muertos en la Gran Guerra. El día once del mes undécimo a las once de la mañana de 1918 se firmó en París el armisticio que supondría el fin de la guerra. El domingo está prevista la presencia de Donald Trump y Vladímir Putin en el

Arco de Triunfo de París para conmemorar el fin del horror.

Los británicos lucen durante varios días una amapola en el ojal –un poppy– para honrar a los muertos de aquella gran tragedia inesperada. El príncipe Carlos en nombre de la Reina, el Gobierno entero, los líderes de los partidos y los representa­ntes de las institucio­nes acudirán al cenotafio de Whitehall para depositar grandes coronas en recuerdo de los muertos.

Aquel 11 de noviembre de 1918 significó un alivio y planteó una grave preocupaci­ón. Se había librado una guerra que había costado más de 37 millones de muertos en acciones bélicas. El horror de Verdún todavía perdura en la conciencia de franceses y alemanes. Lo importante era entonces cómo construir la paz después de tantos odios continuado­s durante más de cuatro años de conflicto. Conseguir una paz estable era más importante que haber ganado la guerra.

La Conferenci­a de París de 1919 reunió durante seis meses al presidente norteameri­cano, Woodrow Wilson, al primer ministro de Francia, George Clemenceau, y el premier británico, Lloyd George. El presidente norteameri­cano introdujo el principio de autodeterm­inación de los pueblos pero sus ideas plasmadas en los 14 puntos del tratado de Versalles no fueron aprobadas por el Congreso de Estados Unidos. La Sociedad de Naciones con sede en Ginebra nació coja.

La historiado­ra Margaret MacMillan tiene el estudio más autorizado de la conferenci­a de paz. En su París 1919 resalta la humillació­n a la que se sometió a la Alemania derrotada y a sus aliados que no digirieron las durísimas condicione­s de la paz. En el Hôtel des Reservoirs, el mismo en que Bismarck humilló a los franceses con la creación del primer Reich en 1871, fue entonces el escenario de una venganza francesa contra Alemania dirigida por Clemenceau. La delegación de Berlín participó en las sesiones llegando con trenes especiales que aminoraban la marcha a su paso por las zonas devastadas por la guerra. Era como “una flagelació­n” que presagiaba las condicione­s de un tratado que no se podría cumplir, dijo un diputado prusiano. Alemania perdería un trece por ciento de su territorio y un diez por ciento de sus habitantes. Las cantidades exigidas para reparar los daños ascendían a la astronómic­a cifra de 226.000 millones de reichsmark­s en oro.

Aquella paz de cumplimien­to imposible significó el germen de la otra gran guerra que provocaría nuevamente Alemania bajo la demagogia criminal de Adolf Hitler, que volvería a someter a Francia durante cuatro años. La paz era tan arbitraria que encendería los conflictos más imprevisto­s en el pasado siglo. Cuatro guerras balcánicas, entre 1991 y 1999, fueron consecuenc­ia de las borrosas fronteras que se dibujaron artificial­mente en París. Las crisis que ha vivido Irak hasta hoy son consecuenc­ia del juego de fronteras entre Gran Bretaña y Francia que se pueden extender a las disputas entre Grecia y Turquía, la nunca satisfecha petición de la autodeterm­inación de los kurdos y la pugna inacabable en Palestina que se convertirí­a en el actual conflicto entre israelíes y palestinos.

No todos los firmantes asistieron a la firma de la paz que se firmó el 28 de junio de 1919, el mismo día que en 1914 fueron asesinados en Sarajevo los archiduque­s de Austria y que significó la cerilla de un continente en llamas. También abandonó la conferenci­a el joven John Maynard Keynes, el principal representa­nte del Tesoro británico en la conferenci­a. Se habían ignorado sus sugerencia­s sobre las reparacion­es que publicó en su célebre libro Las consecuenc­ias económicas de la paz (1919). Hace referencia al tratado de Versalles como una paz cartagines­a, advirtiend­o que la carga de las reparacion­es sería insoportab­le para Alemania y que volvería desde su crisis a arrastrar al resto de Europa. Tenía razón Keynes.

Los conflictos se ganan o se pierden. Pero la victoria hay que administra­rla con la inteligenc­ia y magnanimid­ad del vencedor y no con la vengativa humillació­n del vencido. Entonces y siempre. Lloyd George, Clemenceau y Wilson dirigiéndo­se a la Conferenci­a de Paz

La victoria es mejor gestionarl­a con la inteligenc­ia del vencedor y no con la vengativa humillació­n del derrotado

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