Como un japonés por Barcelona
La cita era ante la Pedrera, junto a la columna que sale ostensiblemente de la fachada del paseo de Gràcia. Veinticinco personas se habían apuntado a la ruta literaria que el escritor Martí Gironell conduce. La proporción por sexos de los inscritos, 19 mujeres y 6 hombres, demuestra de un modo fehaciente que son ellas las que más leen. La organización repartió pinganillos para todos, unos pequeños artilugios que los participantes se colocaron para oír con comodidad las explicaciones del guía, que iba provisto de un micrófono emisor. “¿Os sentís como japoneses?”, bromeó Gironell, que también llevaba una mochila de donde sacaba los libros relacionados con los cinco lugares en los que la ruta se detiene para leer fragmentos escogidos.
En el punto de encuentro de la Pedrera hubo la sastrería Mosella, establecimiento de renombre donde le confeccionaban los trajes a medida a Salvador Dalí, siempre asesorado por Gala, como revela Carmen Domingo en Gala-Dalí. Aunque no vendían bastones. La ruta sigue paseo abajo –“No nos cansaremos”, remarca el guía– y hace la segunda parada en la casa Batlló, para descifrar La clau Gaudí, de Andreu Carranza y Esteban Martín. Muy cerca, en la Sala Dalmau, Gironell recuerda El lladre del Guernica, de David Cirici, y la conexión Picasso-Miró. El grupo de aire japonés con rasgos occidentales continúa hasta Canaletes, escenario de los amores del pintor Ramon Casas y la vendedora de lotería Júlia Peraire, como narra Roger Bastida en La mirada de la sargantana. Y la ruta acaba en Els Quatre Gats, con El secret de Picasso, de Francesc Miralles. Tal como había prometido Gironell, los asistentes han mirado la ciudad “con otros ojos; realidad o ficción”.
Moraleja: cualquier invasió subtil empieza así.