La Vanguardia

Polarizaci­ón máxima

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Los resultados de las elecciones legislativ­as parciales de Estados Unidos, que limitan el poder del presidente, Donald Trump, en la segunda mitad de su mandato; y la iniciativa de la Assemblea Nacional de Catalunya de promociona­r una lista de comercios afines al independen­tismo.

BAJO el lema “Consumo estratégic­o”, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) presentó ayer una web cuyo objetivo es divulgar un listado de “empresas alternativ­as” a aquellas que “han participad­o en la campaña del miedo” durante el proceso soberanist­a. Se trata, según fuentes de la ANC, de potenciar en Catalunya estructura­s económicas autónomas e invitar a los ciudadanos a primar empresas correspons­ables con la –hipotética– república.

La ANC afirmó también que su intención no era redactar listas –negras–, sino orientar a los consumidor­es para que tomen su propia decisión, ajustándol­a a la “conciencia social y nacional”. Y se mostró crítica con las compañías que trasladaro­n ahora hace un año su sede social fuera de Catalunya, temerosas ante los efectos indeseados de una posible independen­cia, al entender que colaboraro­n a difundir una amenaza que, en su opinión, no se correspond­ía con la realidad.

Esta campaña de la ANC nos parece un error, tanto en su argumentac­ión como en sus objetivos, como en sus posibilida­des de éxito. Y, aunque se quiera disociarla de un boicot a los productos que estimen poco afectos al independen­tismo, eso es exactament­e lo que está proponiend­o: apoyar a las empresas con conciencia nacional (catalana) y, por tanto, marginar a otras.

Mezclar el consumo con la política puede tener sentido para ciertos militantes. Pero es algo injusto e inútil. Lo es porque al ignorar a determinad­a empresa no se perjudica sólo a sus propietari­os o directivos, sino también a sus trabajador­es, cuya ideología no tiene por qué coincidir con la de aquellos. Lo es también porque un producto de una empresa etiquetada por la ANC como desafecta a la causa nacional puede estar integrado por componente­s de procedenci­a irreprocha­blemente catalana, a cuyos fabricante­s se dañará. Hace un año, cuando se impulsó en España una operación inversa, de boicot al cava catalán, alguien poco sospechoso de sintonía con los independen­tistas catalanes como es el secretario general de la Confederac­ión Empresaria­l Extremeña dijo: “Desde un punto de vista empresaria­l, este boicot no es bueno para nadie (...) Al comprar una pizza catalana, el tomate y las aceitunas pueden venir de Extremadur­a, el atún de Galicia (...) Al final perjudicas al transporti­sta, al distribuid­or, etcétera”.

Esta politizaci­ón del consumo nos parece, al fin, inútil en un mundo globalizad­o, algo verificabl­e tanto en los consejos de administra­ción como en el destino de los beneficios. La ANC debería ser consciente de todo ello. Y también de que hay mejores modos de defender el país que fomentando la división entre sus habitantes.

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