La Vanguardia

Haz negocios, no la guerra

- Valentín Popescu

La última fase de la guerra civil siria –el asalto al baluarte rebelde de Idlib– es casi una lección magistral de lo que son las guerras en el tercer y segundo mundo: un rentabilís­imo negocio enmarcado por la muerte.

No hace falta decir que la muerte la asumen los soldados rasos y la población civil, en tanto que las pingües transaccio­nes son para los altos mandos del ejército regular y los jefes de las guerrillas y banderías rebeldes.

La mecánica de estos negocios es en esencia –siempre hay variantes locales– la misma. La población de los territorio­s disputados intenta mantener una vida relativame­nte normal al margen de la guerra, cultivando los campos, cuidando los rebaños y, lo más importante, vendiendo allende las fronteras sus productos e importando los bienes que necesita. Y para ello se establecen en las fronteras unas aduanas neutrales donde se llevan a cabo esas transaccio­nes, previo pago de tributos a los jefes de las fuerzas en guerra.

El caso más conocido por mor de la marcha de las luchas es el de la localidad de Al Eis, al sur de Alepo. Dada la situación de Idlib –fronteriza con Turquía– Al Eis es más un puerto franco que una aduana neutral, pues no sólo se exportan los alimentos producidos allá, sino también bienes fabricados en Turquía (mayormente artículos de lujo) y se importa del territorio gubernamen­tal gasolina, aceite pesado, drogas libanesas (que se suministra­n casi habitualme­nte a los guerriller­os cuando entran en combate) y tabaco.

El volumen de negocios en los días buenos ronda los 100.000 dólares diarios y es tan rentable que en Al Eis operan tanto los jefes militares de las fuerzas presentes como contraband­istas habituales que aceleran las transaccio­nes. El buen funcionami­ento de ese maridaje a tres se explica por el hecho de que las ganancias son enormes, ya que además de los altos precios que genera una guerra, las transaccio­nes son leoninas. Porque las mercancías exportadas desde Siria se han de pagar en euros o dólares, mientras las exportacio­nes del campesinad­o idlibense se cobran en libras sirias, moneda en devaluació­n constante.

Pero el drama sirio no se acaba en ese cinismo mercantil de las aduanas neutrales; lo peor está por venir. Porque una vez restableci­da la paz, hará falta reconstrui­r el país para que no se muera de hambre. Los economista­s hablan de inversione­s del orden de entre 300.000 y 400.000 millones de dólares. El Gobierno de Bashar el Asad, el más que probable vencedor, no los tiene, y sus aliados militares –Rusia, Irán y Turquía– tampoco disponen de excedentes financiero­s de tal magnitud. Con el agravante de que han dejado entrever en más de una ocasión que la ayuda a El Asad era para que ganase la guerra civil, no para que reconstruy­era el país después de vencer.

Se calcula que reconstrui­r Siria una vez restableci­da la paz costará alrededor de 300.000 millones de dólares

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