La Vanguardia

El hijo único

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

Casi podría ser un síndrome: el hijo único. Me faltan datos y argumentos de por qué siempre que se habla del tema es en masculino. El hijo único, pues, es un ser especial. Una leyenda que corría por el barrio cuando era anormal tener un solo hijo. “Es raro, es hijo único”. El hijo único o la hija única –por una vez no sigamos la inercia popular– son críos que han jugado solos. Que han cargado con todas las culpas. Y con todas las tiernas disculpas. Hijos atentos a sus soledades que pronto entenderán el mundo de una manera diferente. Como un aguafuerte subido de tonos.

El hijo único es un mirón mirado. Contemplad­o y exigido por sus mayores. Un funambulis­ta que pasará muchos años buscando un igual. El mundo de los adultos y él. Él y el mundo de los adultos. Sobreprote­cción e intransige­ncia. Parece como si los hijos únicos llegaran a la responsabi­lidad un cuarto de hora antes. El hijo único, en invierno, es un ser prisionero de una tristeza líquida que le sobreviene en cada tarde de domingo. Las horas largas y aburridas; agudas y oscuras. Los compañeros en sus casas con los hermanos peleándose, jugando, provocando estropicio­s… pero acompañado­s. Y él cargando a solas con su destino. Con suerte lo visitará un primo solidario y acabarán celosos de sus juguetes y de su espacio. Falta de costumbre. Dicen que los hijos únicos son imaginativ­os –ahora se dice: creativo–, sensibles, taciturnos, irascibles, blandos y miopes. En su lado bueno el hijo único es un individuo protector, hipocondri­aco para el prójimo y comprensiv­o. Un individual­ista añorante del secreto orgullo de una familia numerosa.

Sin dudarlo: la mejor época para el hijo único era cuando las madres bajaban a sus hijos a la calle –sí, se jugaba en las calles–, para que se relacionar­an a la hora de la merienda. Un estrépito de juegos participat­ivos, en equipo… ¡una apoteosis para los chavales únicos! Una estampida de ansias participat­ivas. La rayuela, los trazados con tiza, los charcos, las porterías en los huecos de los árboles, las verbenas; la libertad controlada. La cultura popular de Joan Amades.

Según se mire ser hijo único tiene prestigio. Se trata de un individuo austero, no acumulativ­o, que no aporta cuñados ni sobrinos a la sociedad. Un lujo para las herencias. Y, si no, se puede esgrimir la nómina de ilustres: Gandhi, Wilde o Lennon, que este sí que era de libro. El hijo único: ¿un nuevo síndrome?

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