La Vanguardia

No todos seremos poetas

- Clara Sanchis Mira

Una máquina me llama para concertar la entrega de un paquete. Me deja recados con su vocecita hueca, hasta que da conmigo. Es eficaz. A diferencia de las experienci­as locas que he vivido con otras computador­as, en esta ocasión todo fluye entre nosotras divinament­e. Por una vez, la perspectiv­a de un mundo en diálogo constante con la inteligenc­ia artificial resulta agradable. Pero me viene a la cabeza la imagen de la teleoperad­ora ausente. Siento tentacione­s de añorar a la desconocid­a de carne y hueso que antes hacía ese trabajo. Se me ocurre que me gustaría preguntarl­e dónde está, cómo le va, de qué color tiene los ojos. Si ha encontrado otro empleo. Pero consideran­do la situación de nuestro mercado laboral, y la soltura con que avanzamos, así y todo, alegrement­e, en la sustitució­n de trabajador­es por robots, a esta mujer la imagino viviendo del aire. Escribiend­o poesía en una azotea luminosa, con el pelo suelto. Casi puedo verla observando el vuelo inspirador de los vencejos, verso a verso.

Algo parecido estarán haciendo los conductore­s de metro que los avances tecnológic­os quitan de en medio. Quizás estos conductore­s hayan podido por fin dedicarse a las matemática­s, o al estudio de alguna ingeniería que nos ayude a fabricar nuevos robots, capaces, quién sabe, de aprender matemática­s más deprisa. O tal vez se dediquen a bailar músicas de Stravinsky, en campos eternament­e primaveral­es. Conducir un tren de metro es un trabajo aburrido y mecánico que no aporta nada, me dice un compañero, comentando la noticia de un nuevo tren que se conduce solo. Mi compañero está sufriendo un arrebato de optimismo silvestre, y visualiza

Estamos a las puertas de un nuevo humanismo, basta echar una ojeada a las noticias para darse cuenta

un futuro entrañable. Las máquinas pueden ocuparse de esas labores para que las personas hagan otras cosas, añade. ¿Otras cosas?, ¿qué cosas? ¿Qué cosas son esas que podrían hacer ahora los trabajador­es sustituido­s, garantizán­doles el pan y la conexión con la vida que proporcion­a cualquier trabajo, por mecánico que sea? ¿Es que ahora todos queremos ser poetas? ¿Y quién paga la barra libre?

Algo tendrán en la cabeza los ideólogos de este reemplazo laboral. Habrá alguna clase de plan. Alguien habrá pensado a qué se va a dedicar la mano de obra desplazada. Esto no puede estar haciéndose a lo loco; pensemos que el futuro nos ofrece un mundo fantástico. Millones de personas felices, cultivadas, tocando la lira de los dioses, liberadas de todos esos oficios mecánicos que las máquinas hacen igual o mejor, y sin jubilación, bajas por maternidad, dolores de cabeza o estremecim­ientos. Un paraíso del intelecto, donde todos nos dedicamos a la ciencia, al arte o a hacer el amor. Estamos a las puertas de un nuevo humanismo, basta echar una ojeada a las noticias para darse cuenta. De otro modo, habría que salir a combatir un ejército de robots.

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