La Vanguardia

Argentina es un balón

- Juan B. Martínez

Leandro Paredes es un mediocentr­o argentino que milita en las filas del Zenit de San Petersburg­o y que en su día jugó en el Boca Júniors. El pasado fin de semana fue expulsado por doble amarilla y su afición está que trina con él. ¿Por qué? Porque sospecha que forzó las tarjetas para perderse la siguiente jornada y anticipar su viaje a Argentina por el parón de seleccione­s. En el fondo del asunto estaría la voluntad del jugador de poder asistir al partido de ida de la final de la Copa Libertador­es, el Boca-River que va a paralizar su país y que tendrá lugar mañana. Sea cierta o no la acusación que pesa sobre Paredes lo que es seguro es que se trata de un asunto bien plausible. La manera de vivir el fútbol que tienen los argentinos es única. Y si además se trata del primer pulso por el título americano entre los grandes rivales de Buenos Aires le da una pátina total de realidad.

Se lo decía el martes en Milán a La Vanguardia una institució­n como Javier Zanetti, vicepresid­ente y excapitán del Inter y un hombre respetado por su porte de responsabi­lidad. “Es el partido de la historia. Mi corazón está con Banfield porque jugué allí, pero todos los argentinos vamos a seguir esta final de una manera muy especial. El ambiente está muy caliente y los dos equipos creo que llegan en igualdad de condicione­s”, afirmaba Zanetti, elegante en su día en el campo y amable fuera.

Más allá de quién se imponga en el primer asalto lo fundamenta­l será que el encuentro se desarrolle en el campo y, sobre todo, en la grada sin que se desborden las pasiones. Mientras el ambiente vocinglero y colorido no se transforme en un caos vergonzant­e ya habrá mucho ganado. Porque si no

Acusan a un jugador de forzar una roja para ir al Boca-River: es plausible porque en Buenos Aires no se piensa en otra cosa

hay desmadre también será maravillos­o comprobar cómo respira el público, tanto en la Bombonera como en la vuelta en el Monumental. Por cierto, no habrá parroquia rival en ninguno de los partidos.

Enemigas irreconcil­iables, ambas aficiones y todas las del país se juntan después para acompañar a la selección albicelest­e en los Mundiales. Pocas hinchadas, por no decir ninguna, se mueven en número e intensidad como la argentina. La invasión que protagoniz­aron en Río de Janeiro con motivo de la final del 2014 todavía se recuerda. Llegaron a Brasil de todas las formas posibles, de los más acaudalado­s a los más humildes, que no tenían capital para alojarse en hoteles y acabaron acampando en las playas, las aceras o en el mismísimo Sambódromo. De noche por el barrio de Lapa no se podía transitar en coche porque las calzadas estaban ocupadas, entre cánticos y tambores. Algo similar, aunque de manera un punto más civilizada, sucedió en Rusia el pasado verano. Porque Argentina es un balón.

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