La Vanguardia

Fuera de lugar

- CONFUSIÓN VITAL Jordi Évole

Hay pocas cosas que me gusten más que bajar a desayunar al bar. Antes lo hacía a diario: era el único lugar donde podías encontrar el café con leche con crema por encima. O ese cortado con un dedo de espuma que salía de unas cafeteras enormes, de filtro con mango, que el camarero vaciaba a base de hostias contra un cajón de madera. Una máquina tan grande para sacar algo tan pequeño como un ristretto. Hasta que llegó la Nespresso a mi vida. Capsula kill the camarero star. Pero ni el vídeo mató a la radiostar, ni la capsulita de Clooney (o del Hacendado) acabó con el estrellato del camarero.

Qué gusto entrar de buena mañana en ese bar de confianza donde sabes que te vas a encontrar el minibocata con pan crujiente, el jamón recién cortado o la tortilla francesa poco hecha, y el café con leche con la proporción justa de café y leche, la temperatur­a exacta, y esa capita de espuma que se va pegando a las paredes de la taza, y que luego repeles con la cucharilla como si fuese caviar ruso.

Pero hay un momento crítico en ese ritual. Lo reconozco: cuando atravieso el umbral de la puerta del bar, me convierto en el perro de Rastreator. Hago una panorámica por mesas y barra para descubrir si el periódico comprado por el dueño está libre o ocupado. Si mi radar lo detecta, me lanzo hacia él, eso sí, con disimulo y dignidad. No quiero que se note el ansia que me corroe por poseerlo, aunque si me dejase llevar por el instinto me lanzaría como un jugador de béisbol a la base para lograr el punto. ¿Y si está ocupado? Pobre del que lo tenga: mi mirada se clavará en su espalda, hasta que la note como un puñal, como quien practica vudú. He visto clientes que olvidan que a los periódicos se les llama rotativos por algo (porque en los bares tienen que rotar), pero se hacen fuertes con el diario en sus manos. He estado tentado de llamar a la Brimo de los Mossos para que el cliente egoísta depusiera su actitud. Si mantuviése­mos fuera de los bares el ansia de leer el periódico en papel, el negocio de la prensa iría como un tiro.

La cosa es que el jueves pasado entré en el bar, rastreé, localicé y me lancé hacia mi ansiado periódico. Ya con mi minibocata de tortilla a la francesa poco hecha y mi café con leche en perfecto pase de revista, oigo a un cliente que le dice al camarero. “¿Te queda prensa?”. Yo, sin levantar la mirada, pensé con regocijo: “Qué prensa le va a quedar si la tengo yo en mi poder”. Pero oigo que el camarero contesta: “Me queda El Periódico y los deportivos”. Y el cliente: “¿Y La Vanguardia?”. Y el camarero: “La he vendido hace un minuto”. “¿La he vendido?”, me extrañé. Levanté la vista del periódico y descubrí los ejemplares cuidadosam­ente apilados –es un decir– sobre cajas de Coca-

Las entradas del cine te las vende el de las palomitas,

el pan lo compras en la gasolinera, y ahora

la prensa en los bares

Cola y Estrella. Efectivame­nte: en el bar donde desayuno han decidido abrirse a nuevos mercados y vender también prensa. Le pedí una explicació­n al camarero: “Se vende muy bien aquí la prensa. Al cliente que llega y ve que el periódico del bar está ocupado, no le importa gastarse un euro y medio para tener él también el suyo”. Joder, a ver si tenemos ante nuestras narices la idea que necesitaba el sector de la prensa de papel para sobrevivir. Lograr una venta compulsiva. Casi por envidia: “Me he quedado sin el periódico del bar, pero tengo tantas ganas que no renuncio a él. Y por un euro y medio, ¿quién no se da el capricho?”. Igual algunos han descubiert­o así lo barata que es la prensa.

Da para otra reflexión todo este descoloque que llevamos. Las entradas del cine te las vende el de las palomitas, el pan lo compras en la gasolinera, y ahora la prensa en los bares. Y en los quioscos hay de todo, menos periódicos… Por no hablar de los tribunales supremos que te venden que son justos. A ver si no nos hemos dado cuenta, y alguien ha movido el tablero y está todo fuera de lugar.

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MARTÍN TOGNOLA
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