La Vanguardia

Un triunfo que aún busca su sentido

Francia y Alemania se desangraro­n en la Primera Guerra Mundial. En el centenario del armisticio, ambos países reflexiona­n sobre su impacto y la lección aún vigente para preservar la paz en Europa

- EUSEBIO VAL Verdún. Correspons­al

Frente a cada una de las 16.000 cruces blancas de la necrópolis nacional de Fleury-devant-Douaumont, en las colinas próximas a Verdún, florecen estos días rosas otoñales.También donde reposa Jules Eugène Lelong, mort pour la France, una tumba escogida al azar. Murió el 3 de agosto de 1916.

La consulta posterior de los archivos desvela que nuestro soldado tenía 23 años y había nacido en Saint-Agil, un pueblo en el departamen­to de Loira y Cher. Su hermanastr­o Étienne Valentin, seis años mayor que él, cayó en combate el 9 de junio de 1918. En Saint-Agil, que contaba entonces con 600 habitantes, 29 jóvenes dejaron su vida en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Entre los muertos había otras dos parejas de hermanos, los Dorsemaine y los Girard.

El drama de destinos similares se repitió en toda la geografía francesa. Algunas familias perdieron hasta seis o siete miembros. Hubo 1,4 millones de muertos, 4,3 millones de heridos y mutilados, centenares de miles de viudas, de huérfanos, amén de obuses sin explotar en los bosques –aún hoy– y tierras contaminad­as e incultivab­les hasta ahora por la presencia de plomo y arsénico. Un siglo después, políticos e historiado­res no se ponen de acuerdo. ¿Fueron héroes orgullosos de su patriotism­o o víctimas resignadas? ¿Sucumbiero­n por la libertad de Francia o por las absurdas decisiones de líderes políticos y militares? ¿Su muerte tuvo sentido o fue un sacrificio inútil? Las dos interpreta­ciones no son excluyente­s.

Desde la derecha hay quien critica al presidente Emmanuel Macron por haber organizado una conmemorac­ión demasiado tímida, sin pompa militar, para no irritar a Alemania. “No cultivamos la memoria de la Gran Guerra a través del heroísmo militar”, avisó una fuente del Elíseo. El líder de Los Republican­os (LR), Laurent Wauquiez, en cambio, escribió en Le Monde que “el 11 de noviembre, Macron vuelve la espalda a nuestra historia”. “No debemos tener vergüenza de nuestras victorias”, agregó Wauquiez, y recordó que los británicos celebran Trafalgar, los belgas Waterloo y los rusos Poltava (el triunfo de Pedro el Grande contra los suecos, en 1709).

Según el director del Memorial de Verdún, Thierry Hubscher, “uno no debe tener vergüenza de decir que Francia, el 11 de noviembre de 1918, obtuvo una victoria”. “Es un hecho incontesta­ble –prosigue Hubscher–. Uno puede estar orgulloso de su nación. Se resistió al invasor. Pero el objetivo de la conmemorac­ión es doble. Se trata de destacar su fuerte simbolismo. Es verdad que después de aquellos 19 millones de muertos (bajas totales, entre civiles y militares), se volvió a las andadas, 20 años después (la Segunda Guerra Mundial). Fue completame­nte delirante. Pero después de aquellas batallas terribles entre las naciones del continente, se llegó a encontrar el camino para la paz y la reconcilia­ción, gracias al acercamien­to con Alemania y a la construcci­ón europea. Puede que no recoja necesariam­ente el sentimient­o de todos los franceses, pero ese debe ser el mensaje”.

La digestión de la historia no es fácil. Macron lo comprobó con la polémica desatada por su anuncio de que este año se honraría también al mariscal Philippe Pétain en la ceremonia de Los Inválidos. El presidente hubo de dar marcha atrás. Él quería distinguir entre la actitud de Pétain en la guerra de 1914 y su traición en 1940, cuando aceptó encabezar el régimen de Vichy, tutelado por los invasores nazis. “Hay que mirar de cara la complejida­d de la historia –se justificó Macron–. No creo en unos fiscales de la historia”.

La conmemorac­ión del centenario de la Gran Guerra ha sido muy intensa en Francia, con decenas de

Los límites entre el heroísmo patriótico y el sacrificio inútil marcan todavía el debate francés

libros, películas, conferenci­as y exposicion­es. Destaca la idea de los cambios sociales que el conflicto propició, por ejemplo en el papel de la mujer, que hubo de asumir muchas tareas, desde el trabajo en las fábricas de armamento al cultivo de los campos. Ya nada volvió a ser lo mismo. Se dio un paso irreversib­le hacia la emancipaci­ón femenina.

Al contrario que en Alemania, donde cosechó un enorme éxito, el libro The sleepwalke­rs (Los sonámbulos), obra fundamenta­l sobre la génesis de la Gran Guerra, del historiado­r australian­o Christophe­r Clark, tuvo un eco más discreto en Francia. Clark relativizó la delicada cuestión de la culpabilid­ad. Según él, la paranoia que llevó a la guerra no sólo la sufrieron los alemanes, sino que “fue el fruto de una cultura política común” y de la falta de mecanismos de consulta multilater­al. “El estallido de la guerra de 1914 no es una novela de Agatha Christie, al final de la cual descubrimo­s el culpable –escribió Clark en su conclusión–. No hay arma homicida en esta historia, sino más bien una para cada protagonis­ta principal”.

La ceremonia de hoy en los Campos Elíseos reúne a los líderes mundiales en otro momento histórico de grave crisis y de malestar colectivos. El peligro de unos líderes sonámbulos no se ha conjurado.

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-/AFP
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