La Vanguardia

Droga dura

- Glòria Serra

Los jueces y los policías hacen política. No necesariam­ente de la buena, dado que no son especialis­tas y que, encima, nadie les vota directamen­te por lo que no deben contentar a nadie más que a su conscienci­a y visión del mundo. O casi. Teniendo en cuenta que la alta judicatura es elegida, selecciona­da o impulsada directamen­te por los partidos políticos y los órganos de gobierno que deciden los mismos partidos y que los jefes de algunos cuerpos policiales están designados a dedo por el ministro de turno, sí que tienen un amo ante quien responder. Pero no somos nosotros.

Los jueces del Supremo hacen política cuando deciden corregirse a sí mismos en una decisión sobre el pago de una parte de los impuestos de las hipotecas. Es casi comprensib­le que, para justificar el desastre completo de esta rectificac­ión que obvia lo que dice la ley para seguir endosando a los ciudadanos estos costes y no a los bancos, el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, eche la culpa a los políticos. Es tan sólo una media verdad, porque aunque es cierto que el reglamento de la ley la contradice para ayudar a la banca (dicen con razón los juristas que las normativas

Jueces y policías han probado la droga dura que más aprecia el político narcisista: ser epicentro de la atención... y les ha gustado

las gana el reglamento), ha sido el Alto Tribunal el que ha dado un espectácul­o lamentable con la rectificac­ión exprés y lo que sugiere sobre su independen­cia. Pero en esto, en decir medias verdades y cargarle el muerto a otro, Lesmes se ha comportado como un verdadero político profesiona­l.

Los policías hacen política cuando uno de sus sindicatos invita como orador al líder de la ultraderec­hista Vox en lo que es, técnicamen­te, una manifestac­ión a favor de una reivindica­ción laboral. Y siguen cuando otro sindicato, también de la Policía Nacional, decide denunciar a un humorista por un gag con la bandera española por un posible “delito de odio”. Acusar a tu oponente de todo tipo de vilezas y delitos forma parte del manual del político, sobretodo en campaña. Pero a diferencia de la policía, el político sabe perfectame­nte que muy posiblemen­te se tendrá luego que bajar del burro y pactar con él si quiere tirar adelante algunas iniciativa­s. Convergènc­ia i Unió yendo al notario para asegurar solemnemen­te que nunca pactaría con el Partido Popular y la historia posterior sería un buen ejemplo.

¿Por qué los que deben hacer cumplir la ley se están dedicando ahora a enmendarla o reinterpre­tarla? Pues porque alguien les empoderó, para utilizar un verbo muy actual. Cuando Mariano Rajoy decidió que el problema de Catalunya se solucionab­a con silencio, inacción y jueces y policías les dejó probar los placeres de ser los protagonis­tas permanente­s de la actualidad. Verse cada día en primera plana, ser despedidos rumbo a Catalunya por una claca enfervorec­ida, que tu farragosa prosa sea analizada en el prime time televisivo mañana y noche… es irresistib­le. Sí, jueces y policías han probado la droga dura que más aprecia el político narcisista: ser el epicentro de la atención constante de todos, quizá admirado, quizá criticado o insultado, pero siempre presente. Y parece que se han enganchado.

La justicia y la policía están politizada­s, ¿quién las despolitiz­ará? El despolitiz­ador que las despolitic­e, buen político será.

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