La Vanguardia

Polonia, lecciones de una independen­cia

- Lech Walesa L. WALESA, premio Nobel de la Paz 1983 y presidente de Polonia (1990-1995). Traducción: José María Puig de la Bellacasa

Yo, Lech Walesa, a quien los polacos, la historia y la providenci­a han ofrecido el privilegio de tomar parte en los acontecimi­entos que han cambiado el destino de nuestra patria, en este centenario de nuestra independen­cia recobrada, inclino la frente ante los fundadores de la Segunda República (1918-1939): Jozef Pilsudski, Roman Dmowski, Ignacy Daszynski, Ignacy Paderewski, Wincenty Witos y Wojciech Korfanty. Inclino la cabeza ante todos los ciudadanos, hombres y mujeres, de diversos orígenes nacionales y religiosos que, en la hora de la gran prueba, con el pensamient­o de “Polonia nos pertenece”, supieron unirse por el bien de su país.

Durante estos cien años, hemos tenido que reconstrui­r el Estado de Polonia en tres ocasiones. Durante la mitad de estos cien años no hemos sido un Estado libre. Hemos experiment­ado lo fácil que es perder la independen­cia. Bastan algunos políticos irresponsa­bles en el momento decisivo.

Mi generación ha tenido la suerte de estar en el buen lugar en el buen momento. Hemos hecho lo que convenía hacer. La solidarida­d, entonces, significab­a: “Ayúdanos, amigo, porque nosotros solos no lo lograremos, es demasiado duro y difícil”. El peso que queríamos levantar era nuestra patria. Y diez millones de personas estuvieron de nuestro lado. Solidarnos­c forma parte de la historia universal. Segura de sus valores, de su objetivo común y de su determinac­ión. Gracias a la ética de Solidarnos­c hemos triunfado, sin violencia, en el empeño de recobrar nuestra libertad y de transforma­r el sistema político. Hemos construido un Estado de derecho.

Otros países adoptaron nuestro ideal de una revolución sin baño de sangre que transformó el orden mundial. Y aunque nuestra transforma­ción se hizo sin víctimas, eso no quita que cometiéram­os errores. Pese a los esfuerzos extraordin­arios de Jacek Kuron, no hemos sabido exprimir todo el potencial social y solidario del sistema que habíamos creado.

Sin embargo, hemos realizado el sueño de muchas generacion­es anteriores, el sueño de una patria que vive con libertad y seguridad; hemos aprovechad­o la oportunida­d histórica de hacer que Polonia ingresase en la OTAN y en la Unión Europea. Hombres de la talla de Karol Wojtyla (Juan Pablo II), Tadeusz Mazowiecki, Bronislaw Geremek, Zbigniew Brzezinski, Jan Nowak-Jezioransk­i o Wladyslaw Bartoszews­ki estaban convencido­s, como lo estaba yo mismo, de que uniéndonos al más poderoso de los pactos militares y a la más moderna de las comunidade­s internacio­nales íbamos de una vez por todas a anclar Polonia en la civilizaci­ón occidental.

No nos imaginábam­os, entonces, con qué fuerza destructiv­a la sed de poder y los complejos serían capaces de desviar las aspiracion­es de los polacos. Que un poder democrátic­amente elegido, en nombre de sus objetivos a corto plazo, pudiera causar el aislamient­o, el debilitami­ento y el desarme de Polonia. Y ello en una época de tensiones internacio­nales crecientes. Ahora bien, al este de nosotros está el Este. Es su lugar, está ahí, esperando a ver lo que vamos a hacer con nuestra libertad.

Para fortalecer un Estado se han de construir institucio­nes y procedimie­ntos. Año tras año, elecciones tras elecciones, generación tras generación. Estamos impaciente­s porque históricam­ente hemos perdido tiempo. Como durante la Segunda República y una vez más durante la Tercera, tras una generación formada en el sistema democrátic­o, el factor que ha triunfado es el reflejo de buscar atajos. Yo mismo he cedido a ello. Y por eso presento mis excusas a los polacos.

Por todo ello sé que todo intento de sustraerse a los procedimie­ntos es una amenaza para la democracia. Los costes superan siempre los beneficios invocados. Hubiera sido necesario analizar cuáles eran las intencione­s verdaderas y las ambiciones ocultas de quienes querían acelerar. No hubiéramos tenido que pagar hoy un precio tan elevado.

Ahora los hechos son borrados de la política y de la historia. La noción de parlamenta­rismo se halla desacredit­ada. La Constituci­ón se viola metódicame­nte, el Estado de derecho se deconstruy­e. Ahora bien, el Estado de derecho es el garante de la libertad de cada uno de nosotros. El saqueo en curso –que se hace llamar el “buen cambio”– destruye el Estado, sus institucio­nes y sus procedimie­ntos. Se sirve de la mentira como instrument­o de ejercicio del poder, refuerza la desconfian­za mutua, clasifica a los ciudadanos en diversas categorías.

Cuando hayamos ganado las elecciones, habremos de reparar nuestro Estado, reconstrui­r buena parte de sus institucio­nes partiendo de nada. Desgraciad­amente, para reparar los daños causados a la sociedad, necesitare­mos más tiempo del que ha dispuesto este poder.

Quisiera vivir en una Polonia gobernada por demócratas consciente­s, ambiciosos, bien formados. Por europeos.

La transforma­ción sin vuelta atrás del mundo tal como lo conocemos, la demografía, los cambios climáticos, el aumento de las desigualda­des, el desarrollo de las nuevas tecnología­s, las aplicacion­es de la inteligenc­ia artificial: he aquí los problemas a los que hay que hacer frente. ¡Y a escala planetaria!

Estamos en vísperas de cambios fundamenta­les. Y son necesarios los esfuerzos de cada uno de nosotros para comprender­los adecuadame­nte.

Juntos, tenemos la capacidad de inventar soluciones para el mundo entero.

Nos reconocere­mos como una comunidad precisamen­te en la acción y a través de ella.

Hemos experiment­ado lo fácil que es perder la independen­cia; bastan políticos irresponsa­bles en el momento decisivo

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KACPER PEMPEL / REUTERS

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