La Vanguardia

Viaje a la antigua Roma

escritor, que publica ‘Yo, Julia’, novela ganadora del premio Planeta

- XAVI AYÉN

El escritor Santiago Posteguill­o charla con Xavi Ayén sobre Yo Julia, la novela que le ha dado último premio Planeta con un realista y documentad­o dibujo de la antigua Roma, donde la ciudad está poblada por políticos corruptos, emperadore­s sádicos y empresario­s enfermos de codicia.

LA CRUZ DE GALENO

“Los políticos no escuchan a los científico­s, no se deben de morir nunca de cáncer”

ASÍ SE ESCRIBE LA HISTORIA

“Las fuentes que hablan de la promiscuid­ad de Julia son xenófobas y machistas”

Había una vez un emperador enloquecid­o que llenaba el circo y se ponía a matar con sus propias manos a gladiadore­s viejos y previament­e mutilados. O un millonario sin escrúpulos que se enriqueció con el tráfico de esclavos y con el dinero compró el puesto de césar. O un jefe de los servicios secretos que ofrecía sus informacio­nes al mejor postor. Todo ello son hechos históricos absolutame­nte reales que, al ser leídos en la última novela de Santiago Posteguill­o (Valencia, 1967), Yo, Julia, ganadora del último premio Planeta, adquieren una pátina como de realismo mágico. El escritor se movía ayer por la sede del grupo Planeta como si fuera él mismo un emperador, con su novela –su séptima ambientada en la antigua Roma– ya reeditada al poco de haber salido a la calle. Firmó exactament­e 580 libros en dos horas: “Mi récord son 700, pero hicimos una pausa para comer”. El presidente del gigante editorial, José Creuheras, aparece de pronto en el despacho para saludarle –cosa poco habitual en las entrevista­s– y Posteguill­o le explica cómo le va en sus clases de Filología Inglesa en la universida­d Jaume I, de Castellón.

¿Ha cargado las tintas en la crueldad de Cómodo?

No. Estaba muy loco, lo único que no hace es lo de Gladiator, donde mata al padre. Pero actuaba en el circo emulando a Hércules, y el público no iba porque temía que disparara sus flechas contra ellos.

En esas matanzas que perpetraba él mismo de soldados veteranos tullidos, u otros ciegos por el casco que les tapaba los ojos... Así fue. Era un genocida, un psicópata, un sociópata. Los guardias pretoriano­s no considerab­an eso aceptable, pensaban ‘podría haber sido yo’. Cómodo se cargó él solito,

con sus salvajadas, una dinastía. Cuento cómo la ambiciosa Julia, procedente de Siria, construye otra.

Lo de la guardia pretoriana descontent­a hace pensar en la transición española, donde fue básico tener contento al ejército.

No hablo de política actual.Pero todo entre lo que líneas. pienso La salvaje está en lucha las novelas, por el poder en Roma tiene muchos paralelism­os con la actualidad.

El millonario Juliano recuerda a Donald Trump.

Podría serlo, sí. Es el paradigma del corrupto, tiene a la policía secreta –las cloacas– trabajando para él. Se enriqueció con las peores prácticas.

No sólo fue esclavista, sino que además esclavizab­a a ciudadanos romanos libres desprotegi­dos, como los colonos en la frontera. Es la misma barbaridad esclavizar a un ser humano que a otro. Pero eso transgredí­a sus propias leyes.

Galeno, el narrador, está desesperad­o porque ha perdido su biblioteca en un incendio. Sí, fue muy duro para él, como que no le dejaran hacer diseccione­s humanas, si se lo hubieran permitido habríamos avanzado 1.300 años de golpe en medicina. Ese es otro tema:

la dialéctica ciencia-política, el político que no entiende eso, como los actuales, que parece que nunca se van a morir de cáncer.

Cita a menudo sus fuentes.

Hubo un punto delicado: la promiscuid­ad de Julia. Las fuentes que la acusan de eso son del lado occidental del imperio, con resquemor hacia las mujeres orientales. Pura xenofobia y machismo.

Su marido, en cambio, sí yace con alguna esclava...

Pero porque es un tío y los tíos somos lo que somos, unos impresenta­bles, tal vez más en aquella época. Pero está enamorado de verdad.

Entre las escenas potentes, las de ella en el campo de batalla.

Sí, ¡con los niños! Siendo arriesgado, creía que lo era menos que quedarse en la retaguardi­a, donde podía acabar de rehén. Nadie podía, así, coaccionar a su marido con su seguridad.

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ANA JIMÉNEZ Santiago Posteguill­o, fotografia­do ayer en la sede del grupo Planeta en Barcelona

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