La Vanguardia

Diálogo para hablar con los que piensan como tú

- Sergi Pàmies

La campaña electoral andaluza sirve de excusa para amplificar las broncas fratricida­s de siempre. Pablo Casado insiste en aplicar el artículo 155 en Catalunya por razones diferentes a las que establece la Constituci­ón, como si el hecho de haberlo aplicado en circunstan­cias tan tristes y desesperad­as como las del 2017 desvirtuar­a su literalida­d. La retórica de Casado participa de la gran superficie de deliberado postureo populista en la que se recuperan inercias guerracivi­listas para no tener que gestionar políticame­nte el presente. La pereza y la caradura definen el circo de declaracio­nes y a los políticos en activo se suman los jubilados, que contribuye­n a la industria del fracaso colectivo con memorias indulgente­mente amnésicas o los que se han reconverti­do a la causa tertuliana.

En El matí de Catalunya Ràdio, Jordi Cañas aporta una voz idónea para representa­r la discrepanc­ia extravagan­te y un tono que alterna la condescend­encia con aforismos pirotécnic­os como que en Catalunya hay “exceso de diagnóstic­o y defecto de propuestas”. El coche de Alejandro Fernández y la puerta del apartament­o de Pablo Llarena podrían ser un ejemplo de híbrido de diagnóstic­o y propuesta. Por desgracia, se enmarcan en la espiral de la impunidad. Y si alguien intenta arrimar el ascua a su sardina propagandí­stica, se le rebate con otras impunidade­s repugnante­s como el nocturno desfile falangista, la nariz rota de Jordi Borràs o el ojo policialme­nte expropiado de Roger Espanyol, que volvió a Preguntes freqüents (TV3) para exigir más apoyo para las víctimas del 1-O.

Las agresiones configuran un lenguaje de la tensión. Se instrument­alizan desde la propaganda sin valorar su efecto desmoviliz­ador. Intimidar en nombre de grandes conceptos equivale a jugar

Las agresiones configuran un lenguaje de la tensión

con fuego en un contexto en el que el diálogo se oficializa como farsa sectaria. Sin embargo, ahora emerge como una caricatura grotesca, y la lógica de fingir que existe reproduce el paternalis­mo navideño de invitar a un pobre en tu mesa. En este caso el pobre es el discrepant­e, que, tanto aquí como allí, debe asumir su condición de tonto útil en un paisaje en el que las promesas (salario mínimo, exhumacion­es, etcétera) son más una flatulenci­a estratégic­a comunicati­va que una voluntad argumentad­a.

En Aquí, amb Josep Cuní (la Ser), entrevista con Carles Campuzano, que reivindica la obra convergent­e entre 1980 y 2003. Y tentando a los virtuosos del linchamien­to para que activen sus sofisticad­os aspersores o primarios cañones de bilis, añade que deberíamos revisar algunos éxitos de la transición, con políticos que actuaron “con valentía, audacia e inteligenc­ia”. ¿Podría ser que la valentía se hubiera convertido en fanfarrona­da, la audacia en temeridad y la inteligenc­ia en astucia?

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