La Vanguardia

Jueces y fiscales en huelga

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JUECES y fiscales fueron ayer a la huelga en porcentaje­s apreciable­s –entre el 50% y el 60%, según sus propias estimacion­es, el 46,8% al decir del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ)– para reclamar mejoras salariales y laborales, así como en defensa de la independen­cia del poder judicial. El paro fue impulsado por las cuatro asociacion­es judiciales y por dos de fiscales. Esta ha sido la cuarta huelga de dicho colectivo desde el 2009, y la segunda en lo que va de año. Y se ha producido tan sólo tres días después de que miles de trabajador­es de la administra­ción de justicia pararan contra la reforma de la ley orgánica del Poder Judicial, que entre otras medidas prevé facilitar la movilidad de sus trabajador­es.

Las reivindica­ciones de los magistrado­s tienen su base. Al igual que otros funcionari­os públicos han visto congelados sus ingresos durante los años de la crisis, una situación que querrían revertir. Además, soportan una sobrecarga laboral: España es el tercer Estado europeo por número de litigios –el año pasado se resolviero­n casi cinco millones y medio– y sin embargo su ratio de jueces por cada cien mil habitantes, que es de doce, queda en la mitad de la media europea.

Pero no es menos cierto que los jueces forman un colectivo singular, que encara sus huelgas sin tener reconocido aún este derecho fundamenta­l ni una norma a la que atenerse, hasta el punto de que es el propio colectivo el que dicta los servicios mínimos que deben estar vigentes mientras dura su inactivida­d. El Ministerio de Justicia decidió ayer –y esta es una buena noticia– detraer parte de los ingresos de los huelguista­s, en lo que se considera ungestohac­ialanormal­izacióndes­usderechos,quedista aún de ser plena.

Además, hay una cuestión de oportunida­d. Según las encuestas del CIS, la de juez es ahora la profesión peor valorada por los ciudadanos españoles. El poder judicial –en particular los altos tribunales– atraviesa uno de sus momentos de más baja popularida­d. Casos como el de las hipotecas, en el que se han encadenado decisiones erráticas del Tribunal Supremo; o como los relativos a reveses sufridos por la Justicia española en las cortes europeas, que echaron por tierra calificaci­ones o sentencias dictadas aquí; o como el de la renovación, con acentos partidista­s, del CGPJ han perjudicad­o la imagen de nuestra judicatura. En esta coyuntura tampoco ayudan declaracio­nes como la de Ignacio Cosidó, portavoz del PP en el Senado y autor de un watsap que daba por hecho que en el CGPJ, pesealarec­ienteremod­elaciónala­quenosrefe­ríamos,su partido iba a controlar algunas de sus salas más sensibles “desde atrás”. Son palabras desafortun­adas, y así lo ha reconocido ya quien las pronunció, que sólo contribuye­n a un desprestig­io de las institucio­nes que a nadie sensato conviene.

Por todo lo dicho, quizás no era esta la mejor ocasión paraplante­arunparoen­elqueelele­mentolabor­al,aderezado con el relativo a la independen­cia judicial, ha parecido tener una importanci­a central. Y aún cabría añadir que la titular del Ministerio de Justicia, Dolores Delgado, participan­te activa por cierto en las protestas de mayo pasado, cuando gobernaba el Partido Popular, lleva menos de seis meses en el cargo, período no menor, pero acaso insuficien­te para resolver por completo unos males judiciales que se arrastran desde tiempos inmemorial­es. Es probable que la opinión que tiene una mayoría de los españoles sobre cuáles son los problemas más perentorio­s de la justicia no coincida plenamente con la de jueces y fiscales.

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