La Vanguardia

20-N, again

- Pilar Rahola

Leo un tuit de @alejandros­anmo que dice: “Vivo en un país en el que se llama fascistas a los que llevan lazos amarillos mientras que a los que van a conmemorar la muerte de un fascista se les llama ciudadanos”. Y después de leerlo, me detengo unos segundos. ¿Qué podría añadir sobre la realidad hiriente que plantea el tuit? Poco más que impotencia y desolación.

Sobre todo, por el retroceso... Durante los últimos años el 20-N dejó de ser noticia, hasta el punto de que a menudo olvidábamo­s la fecha, y sólo alguna referencia sobre cuatro nostálgico­s, nos hacía recordar que era el día en que había muerto un dictador. Recuerdo una vez en que un colega me dijo que el éxito de la democracia era dejar de recordar la muerte de Franco. En aquel momento me pareció cierto, pero el aumento exponencia­l de la extrema derecha y la impunidad con que actúa, sumado a la banalizaci­ón de las maldades del franquismo y la “normalidad” con que, franquista­s de carnet en la boca, están en altos cargos públicos –algunos de ellos, convertido­s ahora en verdugos de los líderes independen­tistas–, nos ha conducido a la ignominios­a realidad actual.

Una realidad, cuya metáfora son las imágenes recientes de miles de ciudadanos, brazo alzado, gritando vivas a Franco. Pero el problema más grave no es que haya tantos defensores de un

Llaman fascistas a los que llevan lazos amarillos y ciudadanos a los que homenajean a un tirano

tirano, sino la impunidad con que elogian a un régimen que mató a más de 200.000 personas, envió medio millón al exilio, y encarceló y reprimió a millones de ciudadanos.

Es posible, pues, que la momia de Franco ya no impresione a nadie, aunque ha sido lo bastante poderosa como para mantenerse inmutable en su mausoleo durante décadas. Sin embargo, impresiona y asusta que su espíritu esté tan vivo.

¿Quién ha alimentado este huevo de la serpiente que ahora estalla en forma de jóvenes con el brazo alzado, de imágenes de Reconquist­a, y de relato fascista, insertado en declaracio­nes públicas y bien armado en las entrañas de algún partido político? Porque la cuestión, hoy, el día en qué hace 43 años que murió el dictador, no es la reaparició­n de nuevos franquista­s, sino el hecho indiscutib­le de que el franquismo no ha muerto nunca. Y no sólo por el miedo de los partidos progresist­as, que permitiero­n privilegio­s a la familia del dictador y durante décadas no osaron levantar la losa de la memoria trágica. También, porque las derechas españolas, desde el PP hasta Ciudadanos, se han negado a rechazar el legado franquista, han coqueteado con partidos nuevos de extrema derecha –“le tengo mucha simpatía a Abascal”, decía un pletórico Rivera en un programa de televisión– y han hecho suyo el discurso nacional falangista del dictador. No hay muchas diferencia­s con Franco, cuando hablan de catalanes o vascos o cuando convierten a España en una esencia bíblica. Franco está más vivo que nunca, y no es por la momia física, sino por la momia mental que habita en muchos cerebros.

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