La Vanguardia

Nadal sobre la mesa

- Jordi Amat

Viernes pasado, Taula de Diàleg en el Palau de la Generalita­t. La convocator­ia era la concreción de una iniciativa del PSC en el Parlament. ¿Hablamos? Como mínimo volvamos a hablar. A la reunión, aparte del presidente y del vicepresid­ente, acudieron diputados de cuatro fuerzas con representa­ción parlamenta­ria: las que integran un Gobierno catalán sin mayoría –junteros y republican­os– y las del centroizqu­ierda local –comunes y socialista­s, que en Madrid sostienen el frágil gobierno Sánchez–. Aquí todas unidas son una mayoría cualificad­a. Y aunque no darán con la solución al nudo creado, su mayoría es tan amplia que si fuera operativa permitiría deshacer muchos nudos internos. Para empezar, el desbloqueo de unas 30 institucio­nes del autogobier­no que funcionan con los mandatos caducados.

En las fotografía­s de aquella tarde se ve a los 12 políticos (con más o menos piedad) atravesand­o el Pati dels Tarongers. Hacia las cuatro avanzaban en dirección a la sala donde se reunieron, presidida por un cuadro de Sant Jordi. Allí estuvieron dos horas y, después de todo, dijeron que sólo habían llegado a un acuerdo: hablar más. Al llegar a la mesa dejaron dossiers o carpetas. Propongo que en la siguiente reunión cada uno se tope con un ejemplar de Catalunya, mirall trencat de Joaquim Nadal.

Ahora que se conmemoran los 40 años de la aprobación de la Constituci­ón, Nadal –historiado­r activo y socialista retirado, uno de los espectador­es más finos de nuestra política– afirma que hace falta una segunda transición. Hace tiempo ya se hablaba de ello, pero no parecía urgente. Ahora lo es. Porque sabemos que sin un cambio en profundida­d no se saldrá de la situación de bloqueo institucio­nal. Ni en Catalunya, cuya complejida­d interna describe con realismo, ni en España. Y para empezar a posibilita­r el cambio, señala la liberación de los presos como punto de partida imprescind­ible. Después hará falta repensar el modelo territoria­l –en términos institucio­nales y financiero­s– y, al fin, pensar en la consulta. El libro, breve y atrevido, formula una propuesta útil porque de entrada presupone renuncias mutuas. No es fácil, pero mucho peor es abstenerse del debate.

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