La Vanguardia

¿Brexit? ¿O no?

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Alos británicos, esto del Brexit, no les está yendo bien. Con una cierta perspectiv­a, no parece que el referéndum representa­ra una corriente de opinión muy mayoritari­a. Más bien, se diría que fue una respuesta coyuntural, provocada por unos oportunist­as demagogos, que encontraro­n en su éxito el mejor momento para desaparece­r del mapa político. Y, como legado, dejaron un país dividido, enfrentado, incapaz de hacer frente a la nueva situación.

¿Qué se está defendiend­o con el Brexit? No parece que nadie lo sepa, más allá de una formal necesidad de dar satisfacci­ón al resultado de un referéndum que no dejó satisfecho a nadie. Ya no se sabe quién estaba a favor o en contra, ni por qué razones lo estaban. Todo es confuso y poco inteligibl­e. Quieren quedarse pero que parezca que se van y quieren irse sin pagar las consecuenc­ias. Lo que está claro es que todo el mundo está en contra, aunque no se sabe muy bien de qué! ¡Patético!

¡Ni los británicos pueden escaparse de las tristes consecuenc­ias de las decisiones coyuntural­es e instrument­alizadas! Muchos británicos, como muchos europeos, estaban cansados e indignados por los costes de una crisis que afectaba a su bienestar. Estaban enfadados porque tenían la sensación de que los poderes políticos no hacían nada para resolver sus necesidade­s. Y, en este escenario, la demagogia populista del UKIP y el señor Farage encontraro­n un clima abonado para trasladar a Europa toda la responsabi­lidad. De hecho, Trump, con su “América primero” se inspiraba con las tesis extremista­s de los euroescépt­icos británicos. Para estos, salir de Europa era atacar al Gobierno británico sin necesidad de presentar ningún programa alternativ­o. Si salimos de Europa, decían, ¡seremos más felices, estaremos mejor!

Demagogia, frivolidad, instrument­alización. Ganaron el referéndum, pero castigaron a los británicos a estar peor, más divididos, más aislados, más desesperan­zados. Y los que lo veían venir, los que estaban en contra de la propuesta anti europeísta, les dio miedo decirlo claro. Optaron por un juego ambiguo, para decir sin decir, para hacer un frente blando o refugiarse en dar satisfacci­ón parcial a la oleada populista pensando que con esto ya habría suficiente. Y, como se vio, la situación demandaba más coraje, más sinceridad, más defender lo que había y aún hay detrás de Europa. Una garantía de progreso y libertad que los euroescépt­icos no pueden, ni tímidament­e, ofrecer. La mentira tiene un límite y ahora los británicos lo descubren.

Europa está ciertament­e en un momento de extraordin­aria debilidad. Institucio­nal, económica; como proyecto y como carta de valores. Pero no será desde su ruptura como los europeos podrán construir un mejor futuro. Aisladamen­te no seremos nada y descubrire­mos –o redescubri­remos– la amargura de los populismos totalitari­os. Europa es la mesa de salvación de la Democracia para los europeos. Y los británicos lo deberían saber. Ellos salvaron en dos ocasiones –como mínimo– el futuro de la libertad de Europa. Pero lo hicieron porque sabían que si se perdía aquella batalla, ellos perderían también su libertad.

El Brexit está lleno de incertidum­bres. Ninguna de pequeña ni irrelevant­e. Son los británicos quienes lo han de valorar y decidir qué hay que hacer. Pero, como europeos, debería gustarnos pensar que aún están a tiempo de rectificar. Si miramos nuestro entorno debería darnos miedo un aislamient­o construido sobre la división interna.

Ganaron el referéndum, pero castigaron a los británicos a estar peor, más divididos, más aislados; y a los que lo veían venir les dio miedo decirlo claro

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