La Vanguardia

Erotismo analógico

Si un autor quiere referirse al busto de una chica y visita la frutería a por frutas y hortalizas me despisto

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Excitar la libido no tiene que ser la única ambición de la literatura erótica, pero un cuento erótico que no excita al lector es como una comedia que no hace reír. Por cierto, ¿conocen alguna palabra menos excitante que libido? Es llana. Cuando las imágenes eróticas (y pornográfi­cas) están al alcance de un clic, resulta más complicado que nunca escribir literatura erótica. Lo pensaba mientras leía los catorce relatos de A l’ombra de Boccaccio

(Trípode, 2018) que se presentó el lunes en el Ateneu Barcelonès. En nuestra tradición literaria, la narrativa erótica pasa por Pedrolo, a cara descubiert­a (Obres púbiques )oenmascara­do (Els quaderns d’en Marc). De él bebían los miembros del colectivo Ofèlia Dracs. En 1979 ganaron el premio La Sonrisa Vertical con unos relatos eróticos en catalán titulados Deu pometes té el pomer.

Veinte años después otro grupo, los hermanos Miranda, emuló la gesta y triunfó con Aaaaaahhh: dotze contes eròtics (1998). Al año siguiente surgieron las hermanas Miranda. Queda claro que el erotismo es un tema transversa­l que preside charlas, bromas y proyectos literarios. Entre unos y otros, el éxito de Amorrada al piló de Maria Jaén (1987), los francotira­dores valenciano­s (como Manel Joan i Arinyó) y la irrupción en paralelo de dos coleccione­s literarias que competían por la cuota de un mercado un poco volátil: La Piga, dirigida por Pilar Rahola desde la editorial Pòrtic, y La Marrana, dirigida por Oriol Castanys desde La Magrana. Con autores catalanes (Moltatela) y la traducción de los clásicos del género.

Todo esto son miles de páginas que contribuye­n al calentamie­nto global, a las que cabe añadir la dramaturgi­a subida de tono, la poesía erótica, y la presencia de escenas tórridas en obras narrativas que no nacen amparadas por la etiqueta de género, que todos al principio rehúyen hasta que deciden colgársela como denominaci­ón de origen. Lógicament­e, en toda esta avalancha de erotismo letrado hay mucha paja (sic) y alguna perla, empezando por el modelo de lengua que se practica. Hay autores que tienden a colorear imaginativ­amente sus relatos con todo un campo semántico para designar a los genitales y las maneras de usarlos. Otros, prefieren la sobriedad. Reconozco que no me gusta nada cuando el autor hace exhibicion­ismo analógico y empieza a hablar de hortalizas para referirse a los diversos órganos sexuales. Si un autor quiere referirse al busto de una chica y recurre a la frutería me despisto. Pudiendo llamar cojones a los cojones, denominarl­os cantimplor­as me parece un mal negocio. Entiendo la alternanci­a entre follar, echar un polvo y otras, pero no es necesario ejercer el exhibicion­ismo sinonímico. Compruebo aliviado que la analogía verbal ya no se lleva tanto. No se pierdan La nit de Sarat Calduc de Ramon Erra, una historia guarra, cerda y puerca bien explicada y capaz de excitar a hombres y a mujeres, a troche y moche.

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