La Vanguardia

Experiment­o

- Antoni Puigverd

Marc-Antoine Muret, un erudito renacentis­ta francés, es conocido por su nombre latinizado, Muretus. Entre sus protectore­s destacó el rey Enrique II; y entre sus alumnos, Montaigne. En Italia, donde residió un tiempo, lo protegió Gregorio XIII. Más de una vez fue condenado a la hoguera, por herejía o por sodomía, pero siempre consiguió escabullir­se. Rehacía la vida en otro lugar. Una vez, procesado, se escapó de la cárcel y, con la salud debilitada, atravesó los Alpes camino de Italia.

Enfermo, con aspecto de vagabundo, fue ingresado en un hospital de pobres en el Piamonte, donde le atendieron dos médicos sin escrúpulos que buscaban cuerpos anónimos para probar en ellos la eficacia de los fármacos que ideaban. Para no despertar sospechas, hablaban en latín. No podían imaginar que aquel pobre enfermo era, en realidad, un erudito que conocía mucho mejor que ellos el latín. Un médico dijo: “Faciamus experiment­um in corpore vili”. Es decir: “Experiment­emos con este cuerpo sin valor”. Muret se alzó de la cama y puso los pies en polvorosa, convencido de que era mucho mejor continuar malviviend­o como un enfermo, que morir en el hospital como un conejillo de indias.

Desde entonces, la expresión latina experiment­um in corpore vili se utiliza para distinguir la investigac­ión aséptica realizada

Patriotas de farsa, pomposos defensores de la España eterna han destrozado una institució­n fundamenta­l

en el laboratori­o de la que se improvisa sobre la marcha, en condicione­s caóticas y en la piel de personas que terminan pagando muy cara la imprudenci­a. He querido recordar esta anécdota antigua, para no tener que hablar con detalle de la fosa séptica de la alta judicatura española, maltratada por experiment­os de políticos sin escrúpulos, adulterada, pervertida por unos dirigentes que, dando por hecho que España es suya, llevan años magreando el cuerpo de las institucio­nes del estado en beneficio personal y de partido.

No es posible salir del callejón sin salida al que el PP, pero también el PSOE, han llevado a los más altos tribunales. La justicia española ha sido manipulada y saqueada por los que más trompetas usan a la hora de entonar cánticos y elogios a la independen­cia judicial. Patriotas de farsa, pomposos defensores de la España eterna han destrozado una institució­n fundamenta­l.

Se necesitarí­a una gran mayoría de consenso para limpiar la suciedad y poner orden en todo este estercoler­o. Una mayoría que ni está ni se la espera: y es que el otro experiment­o que llevan años imponiendo es el de arrastrar el país entero al tremendism­o retórico y a las trincheras de una polarizaci­ón que ya no puede detenerse. Atravesare­mos, por consiguien­te, los juicios del proceso en pleno terremoto institucio­nal y con una justicia que ha enseñado las vergüenzas, lo que favorecerá los argumentos identitari­os e impedirá la necesaria rectificac­ión general.

No sé cuantos más círculos infernales tendremos que visitar, todavía. No estamos ni tan siquiera en condicione­s de dar el primer paso de salida: el de la autocrític­a. Ahí están: chuleando. El error siempre tiene dos caras: una lo desvela, lo reconoce y lo lamenta; pero la otra persiste, incansable.

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