Gibraltar y el pragmatismo español
BRUSELAS y Londres pactaron ayer el borrador del acuerdo político sobre la futura relación entre la Unión Europea y el Reino Unido, un documento de 147 puntos que deberá ser refrendado por los jefes de Gobierno de los 27 estados miembros en la cumbre prevista para este domingo. El texto fija criterios de actuación y orientaciones a partir de los cuales se seguirá negociando hasta descender a la realidad de la letra pequeña, casos de la frontera de Irlanda del Norte, el mantenimiento de la “normalidad” del tráfico aéreo o los derechos de los ciudadanos europeos que ya residen en las islas Británicas. No se trata, pues, de un acuerdo cerrado sino de un pacto sobre los criterios que deberán regir el Brexit o la retirada del Reino Unido de la Unión Europea, fijada para el 29 de marzo del 2019, cuarenta y seis años después del ingreso.
La sombra del peñón de Gibraltar reapareció ayer y se presenta como uno de los escollos de última hora para la preceptiva aprobación por unanimidad del acuerdo. Entre los 147 puntos mencionados no hay referencia alguna a Gibraltar, lo que ha suscitado el malestar del Gobierno español, que lamenta que lo pactado con Londres haya sido retirado con “alevosía y nocturnidad”, en palabras del secretario de Estado de la UE, Luis Marco Aguiriano. Estamos, en consecuencia, ante una suerte de pulso con trasfondos patrióticos que no siempre perjudican a los contendientes, en este caso la primera ministra británica, Theresa May, y el presidente Pedro Sánchez, cuyas respectivas coyunturas internas bien podrían agradecer una cierta distracción. Este factor puede explicar posibles declaraciones más o menos altisonantes, muy del gusto de algunos medios en las respectivas capitales.
El Gobierno de España está en su derecho de que el acuerdo político se ajuste al criterio de que, una vez el Reino Unido abandone la UE en marzo del 2019, toda decisión europea relativa a Gibraltar requiera la aprobación de Madrid, algo que no queda reflejado hoy por hoy. Se trata de una postura guiada por el pragmatismo –garantizar los derechos y el sustento de los aproximadamente 11.000 españoles que cruzan la verja a diario para trabajar– y alejada del espíritu del célebre “Gibraltar, ¡español!” del franquismo. España no ha querido aprovechar el Brexit para elevar el tono sobre su aspiración a la cosoberanía o posibles derechos sobre el territorio del aeropuerto gibraltareño, pero tampoco está dispuesta a que Gibraltar se convierta en un foco descontrolado de operaciones dudosas una vez el Reino Unido se divorcie de la Unión Europea.