La Vanguardia

Regresión constituci­onal

- Josep Antoni Duran Lleida

En el ensayo Cómo mueren las democracia­s, de los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, se pone de relieve la fragilidad de estas. ¡Incluso de las mejores! Se arguye, contrariam­ente a lo que muchos creen, que los sistemas democrátic­os no acostumbra­n a morir a manos de hombres armados, sino que se van erosionand­o lentamente en pasos apenas apreciable­s. Es la forma de quiebra democrátic­a que los constituci­onalistas de la Universida­d de Chicago Huq y Ginsburg denominan “regresión constituci­onal”. Esta aparece cuando progresiva­mente se deterioran las institucio­nes que representa­n los tres pilares de un Estado de derecho.

En los últimos años, la solidez y fortaleza de los poderes legislativ­o y ejecutivo han sido objeto de un sistemátic­o desprestig­io. A ello han contribuid­o conductas y errores de quienes los integran, sin olvidar las secuelas de las crisis económicas desencaden­adas a partir del 2007, que sembraron en la ciudadanía la simiente del malestar hacia gobiernos y legislador­es. La indignació­n del 15-M, situando en la diana de sus ataques a las institucio­nes democrátic­as (“No nos representa­n” era su lema), fue la evidencia del rechazo a todo lo que significa el sistema.

Pero en la lenta erosión de nuestra democracia, faltaba lesionar la reputación de jueces y magistrado­s. Nadie puede negar que también en esta rama del poder se han cometido abusos y errores.

Así lo recordaba recienteme­nte el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, por haberse vulnerado el derecho de Otegi a un juicio justo (no obstante, recuérdese que de las 1.068 sentencias emitidas en 2017 por este tribunal, sólo seis fueron relativas a España). Pero ni en este ni en los demás poderes la negligenci­a de una parte puede ser justa causa del desprestig­io y deslegitim­ación del todo.

No confundamo­s la legítima crítica a las decisiones judiciales con la sistemátic­a deslegitim­ación de la judicatura. Optar por lo segundo resulta políticame­nte comprensib­le para quienes no pudiendo ya dirigir la crítica popular contra institucio­nes a las que se han incorporad­o necesitan construir otros “maniqueos” contra los que llamar a la movilizaci­ón. Lo que ya no resulta comprensib­le es la imprudente colaboraci­ón de quienes, desde dentro del sistema, pretenden eximir su responsabi­lidad por acciones u omisiones, traspasánd­ola toda al poder judicial. Me parece una grave insensatez.

Analicemos si no lo que en el ámbito del poder judicial ha provocado mayor contraried­ad en las últimas semanas. Se puede compartir o no la calificaci­ón provisiona­l de delito de rebelión para la mayoría de los dirigentes independen­tistas encausados. O las decisiones sobre las prisiones preventiva­s. Me incluyo, como tantos otros, entre quienes no comparten ni lo uno ni lo otro. Pero no por ello se puede descalific­ar globalment­e al Tribunal Supremo, ignorando, además, que ha sido el fracaso de la política lo que ha situado erróneamen­te a la justicia como gestora de un problema de naturaleza política.

Uno de los casos polémicos ha sido el del Tribunal Supremo acerca de las hipotecas. ¡Aquí ha habido de todo! De entrada, un grave error de quien debería haber convocado la reunión de la sala, antes de emitirse una sentencia que cambiaba el criterio que el Supremo había mantenido. Sin olvidar la confusión entre la rectificac­ión de una sentencia y el cambio del criterio de la sección, después de aplicarlo durante casi cuarenta años… Y todo ello, además, aliñado con mucha demagogia, incluso judicial.

No obstante, no es mi intención entrar en el fondo de la cuestión, sino reflexiona­r sobre la manera en la que los poderes ejecutivo y legislativ­o están contribuye­ndo a erosionar al poder judicial. ¿O no fue el poder ejecutivo el que redactó el reglamento fuente de la polémica? ¿Y a lo largo de más de tres décadas, el legislativ­o no ha podido cambiarlo? ¿A qué viene ahora rasgarse las vestiduras? Se habla de la contribuci­ón de los jueces y juezas a la insegurida­d jurídica, cuando estos no están para legislar. Es la ley en sí misma la que fundamenta­lmente debe garantizar la seguridad jurídica.

El último de los sainetes relacionad­os con el Poder Judicial, ha sido la renovación de su Consejo General. Otro grave error de los partidos –o de parte de ellos– al decidir y publicar el nombre de su futuro presidente antes de la elección y toma de posesión de los vocales. A este hay que añadirle otros despropósi­tos partidista­s que claman al cielo. El watsap del portavoz del PP en el Senado es de extrema gravedad y de consecuenc­ias ilimitadas. Me siento incapaz de proponer el sistema ideal para la elección del CGPJ, pero desde luego, el vigente es manifiesta­mente mejorable.

Y los otros dos poderes deberían centrar sus esfuerzos en buscar una alternativ­a. Dedicando, a su vez, energías a la reforma de la justicia, dotándola de más medios humanos y materiales y permitiend­o que miles de jueces y juezas, magistrado­s y magistrada­s independie­ntes, y que anónimamen­te imparten justicia, sean garantía ante las arbitrarie­dades del poder. Porque no debe olvidarse la respuesta que dio el propietari­o de un molino al rey de Prusia Federico II cuando este le amenazó con clausurar el negocio que le molestaba por su ruido: “Señor, eso podríais hacerlo si no hubiera jueces en Berlín”.

No confundamo­s la legítima crítica a las decisiones judiciales con la sistemátic­a deslegitim­ación de la judicatura

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MESEGUER

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