La Vanguardia

Reputacion­es

- Ignacio Martínez de Pisón

Como segurament­e ustedes recordarán, en mayo de este año varias mujeres acusaron a Morgan Freeman de comportami­ento indebido y acoso. La noticia apareció en todos los medios de comunicaci­ón, que pocos días después recogieron las disculpas del veterano actor de ochenta y un años, quien aseguraba no haber agredido nunca a ninguna mujer. “Cualquiera que me conoce o ha trabajado conmigo sabe que no soy alguien que intenciona­damente ofendería o haría sentir incómodo a nadie”, declaró en un primer comunicado, y en otro posterior afirmó que no era “correcto equiparar horribles incidentes de agresión sexual con cumplidos o humor fuera de lugar”. Lo típico, ¿no?: empezar negándolo todo para poco después admitir una pequeña parte (esos cumplidos, ese humor fuera de lugar) y finalmente tener que reconocer la veracidad de todas las acusacione­s... Lo cierto, sin embargo, es que ha pasado medio año desde entonces y no hemos vuelto a tener noticias del caso: ni han aparecido nuevas pruebas o nuevas acusacione­s contra Freeman ni esa denuncia periodísti­ca ha llegado a los tribunales.

Se diría que se ha dado por cerrado el caso Morgan Freeman, eso sí, con un quebranto para su reputación del que será difícil que llegue a reponerse. Que su nombre ha quedado definitiva­mente manchado se comprueba con facilidad. Si buscamos en internet noticias sobre él, la única más o menos reciente es la del homenaje que el festival de la ciudad francesa de Deauville le rindió a principios del pasado mes de septiembre. Los periódicos españoles apenas si se hicieron eco de la noticia. El único que le dedicó algo de espacio la tituló del siguiente modo: “Un festival francés homenajear­á a Morgan Freeman a pesar de las denuncias por acoso sexual.” Así pues, la noticia no era tanto el homenaje como las acusacione­s de unos meses antes, a las que el anónimo redactor dedicaba gran parte del texto, y cabe pensar que cualquier novedad futura sobre Morgan Freeman será sólo una excusa para volver sobre el asunto y desempolva­rlo.

Pues bien, parece ser que no hubo tal asunto y que más bien Morgan Freeman habría sido víctima de un fraude periodísti­co con tintes racistas. Eso al menos es lo que se desprende de diversas investigac­iones periodísti­cas, entre ellas la publicada por el digital Red Ética de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoameri­cano. Todo empezó con la emisión de un reportaje de la CNN basado en el testimonio de dieciséis personas. Una de ellas era la propia autora del reportaje, la periodista de la sección de espectácul­os Chloe Melas. Ésta aportaba un vídeo con imágenes de sí misma en avanzado estado de gestación y una grabación en la que Freeman decía “¡ojalá hubiera estado allí!”, lo que debía interpreta­rse como que habría querido ser él quien la hubiera dejado embarazada. A nadie en la CNN le pareció relevante que el vídeo fuera un montaje de imágenes de procedenci­as diversas y que ese comentario se hubiera pronunciad­o en un contexto muy diferente del que se sugería. Concretame­nte, en un acto de promoción de la película Un golpe con estilo en el que Michael Caine contó que en cierta ocasión había felicitado por estar embarazada a una mujer que no lo estaba. Fue entonces cuando Freeman dijo que le habría gustado estar allí o, lo que es lo mismo, ser testigo de la metedura de pata de su amigo Michael. Así fueron las cosas: un chiste inocente, ni siquiera una broma “fuera de lugar”.

Claro que un vídeo chapucero o insidioso no tendría que restar credibilid­ad a la versión de los dieciséis testigos. El problema es que de esas dieciséis personas sólo dos se presentaba­n a cara descubiert­a. Una de ellas era la propia Chloe Melas y la otra una productora de televisión llamada Tyra Martin. Ésta salió enseguida al paso de las acusacione­s para decir que sus declaracio­nes habían sido distorsion­adas y que nunca se había sentido acosada por Freeman. Lo mismo hicieron dos de las catorce fuentes anónimas, que se identifica­ron para denunciar la manipulaci­ón de Melas. Al final, ¿qué es lo que se mantiene en pie? Unos testimonio­s anónimos de difícil verificaci­ón, un vídeo toscamente manipulado y la palabra de una periodista sospechosa de sentir escaso aprecio por la verdad: bien poca cosa, ciertament­e.

Sí, bien poca cosa, pero con eso bastó para, al amparo de una causa legítima como el #MeToo, llevar a cabo algo tan ilegítimo como un linchamien­to y liquidar el buen nombre de un actor admirado y popular. Ciertos medios de comunicaci­ón suelen darse mucha prisa en airear acusacione­s sensaciona­les pero muy poca en calibrar su grado de verosimili­tud y ninguna en reconocer errores o rectificar­los si se da el caso. La noticia de la denuncia contra Freeman nos llegó rápidament­e y por muy diversas vías; a la noticia de su falsedad, en cambio, tenemos que llegar nosotros buceando en medios digitales poco conocidos o minoritari­os. Con qué facilidad se destruye una reputación y qué difícil resulta después volver a levantarla.

No hubo tal asunto de acoso sexual y más bien Morgan Freeman habría sido víctima de un fraude periodísti­co

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