La Vanguardia

Arrogancia y lectura

- Sergi Pàmies

Una lectura saludable: Contra la arrogancia de los que leen ,de Cristian Vázquez (Trama Editorial). Son artículos monotemáti­cos (los libros y tal) que recorren los caminos abiertos por otros explorador­es (Gabriel Zaid, Alejando Zambra, Daniel Pennac). Desmitific­an, invitan a pensar e intentan practicar una pedagogía sin ínfulas. También buscan la anécdota como sucedáneo de categoría y hablan de citas apócrifas (atribuir a Cortázar un verso de Neruda), de lectura en el transporte público, del peligro de las recomendac­iones, de un perfume com aroma (literal) a libros (Paper Passion) y de la presentaci­ón de libros como género literario. Y el libro se cierra con la reflexión que justifica el título, sobre el error de creer que leer merece una considerac­ión privilegia­da.

Vázquez identifica los precedente­s que desmienten cualquier superiorid­ad y que sitúan la lectura en un ámbito muy minoritari­o respecto a los que no leen. La consecuenc­ia de esta evidencia es que ya hayamos interioriz­ado que acabará siendo más habitual que los que no leen actúen de manera arrogante con los que leen y no al revés. Por suerte, los que no pueden combatir su naturaleza petulante y falsamente erudita no perderán sus privilegio­s. De hecho, la arrogancia de la que habla Vázquez ya no se aplica tanto contra los que no leen como contra otros lectores, quién sabe si porque el canibalism­o

El canibalism­o permite mantener la jerarquía de la suficienci­a intelectua­l y sus prebendas

permite mantener la jerarquía de la suficienci­a intelectua­l y sus prebendas. Si en los años setenta sufrimos el lastre sectario del mandarinat­o marxista e hiperideol­ogizado, empezamos a ser víctimas del neomandari­nato de la corrección política disfrazada de radicalism­o y de los esputos revolucion­arios amparados por el populismo de género ode empoderami­ento.

Es el atajo más corto para preservar la superiorid­ad moral, pero aplicarla a los que viven felizmente sin libros no tiene gracia. En cambio, adoptar un rictus permanente de inquisidor (siempre es más fácil culpabiliz­ar que argumentar) y elaborar teorías que intelectua­lizan la lectura hasta la náusea sí perpetúa el despotismo ilustrado que, con la coartada del debate, tiene poco que ver con la generosida­d, la inteligenc­ia y el compromiso que requiere la crítica (que evoluciona en París, Buenos Aires, Londres, Nueva York o México). El resultado son excedentes de corpus, consignas, dogmas y esbozos de listas negras elevados a tótemes transaccio­nales que, aprovechan­do la flaccidez comerciali­zada de la prescripci­ón, trasladan los anacronism­os del postestruc­turalismo al ámbito de la creación, la edición, la difusión o la crítica. Vázquez nos ayuda a centrarnos más en realidades tangibles del libro y no en la especulaci­ón trascenden­te como método de intimidaci­ón. Porque, como pasa en tantos otros ámbitos (la política, sin ir más lejos), la cultura también sufre el furor manipulado­r de los que acaban prefiriend­o la adrenalina de las luchas de poder que la esencia azarosa, imprevisib­le y contradict­oriamente viciosa de la lectura.

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