La Vanguardia

La indigestió­n del éxito

- Juan B. Martínez

Antoine Griezmann lo debía tener muy claro cuando pronunció su ya célebre frase de que come en la misma mesa que Messi y Cristiano Ronaldo. Porque, desde luego, la realidad no secunda sus palabras. Es como comparar un restaurant­e tres estrellas Michelin con otro que provoca gloria en los paladares pero que no pasa de tener una. El fútbol, como los ágapes, también es cuestión de gustos pero en este caso no habría mucho debate. Puede ser que el 3 de diciembre el delantero del Atlético aparezca con el Balón de Oro entre las manos y no se podría hablar de injusticia. Ha sido un año dulce para él, coronado con el Mundial de Rusia, en el que brilló con más fuerza Mbappé pero en el que el rojiblanco aportó su clase. Sin embargo, cualquier intento de equiparars­e a los dos jugadores que han marcado la última década del fútbol se antoja desmesurad­o. Es lo que tiene la indigestió­n del éxito, dejar de tener los pies en el suelo y vivir flotando. Ya cuando montó un circo particular para confirmar su continuida­d en el Metropolit­ano demostró poca modestia y después ha seguido en la misma línea.

Es totalmente plausible que mañana ante el Barcelona Griezmann complete un encuentro soberbio y se convierta en el hombre del día. Los excelentes jugadores pueden aparecer en cualquier momento. Pero hasta la fecha su campaña post-Mundial está resultando irregular. Siempre ha sido un futbolista más de fogonazos rematadore­s que de constancia en el día a día. No suele serpentear con el balón como Messi ni perforar las redes hasta la saciedad como hizo Cristiano en el Madrid.

Por eso su margen de mejora es

Griezmann, Dembélé, Umtiti, Lloris o Pogba han dejado de tener los pies en el suelo tras el título en el Mundial

amplio y tiene recorrido por delante. En sus piernas está convertirs­e en un futbolista todavía más decisivo. Aunque para ello también tendrá que crecer mentalment­e. Se hace difícil tras levantar una Copa del Mundo. Que se lo pregunten al capitán de Francia, Hugo Lloris, detenido y después multado por conducir ebrio. O a Dembélé, al que le lanzan pullas hasta sus compañeros por su indiscipli­na. O a Umtiti, que abandonó su discreción anterior cuando se negociaba su renovación. O a Pogba, al que Mourinho retiró el brazalete de capitán en el Manchester United por reírse desde la grada mientras sus compañeros perdían un partido. Inmadurez, soberbia, engreimien­to. Qué gran mérito tuvo el sargento-selecciona­dor Didier Deschamps al conseguir que casi todos remaran en la misma dirección y que se dejaran hasta la última gota de esfuerzo. Claro que el austero técnico de Francia sólo los tiene que aguantar de vez en cuando. Los entrenador­es de club los han de domar cada día.

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