La Vanguardia

Avisos y turbulenci­as

- Josep Oliver Alonso

Decíamos ayer que nuestra situación es mejor que la de hace unos años aunque continuamo­s muy expuestos a cambios en la percepción del riesgo, dados nuestros abultados niveles de endeudamie­nto interno y exterior. Los últimos días, la situación internacio­nal no ha mejorado: caídas de las bolsas (el Dow Jones ha entrado en pérdidas anuales y ha perdido más del 8% en el último mes y medio), previsione­s de menor crecimient­o global de la OCDE o contracció­n del -0,2% del PIB alemán el tercer trimestre, sólo en parte explicable por factores transitori­os. De hecho, y a pesar de que la eurozona está en su sexto año de mejora, el debilitami­ento de su crecimient­o comienza a generar presiones sobre el BCE, con demandas explícitas para que esté preparado para lo peor y que, en particular, posponga el final de su programa de compra de deuda previsto para enero.

En este contexto se inscriben las advertenci­as de la Comisión Europea y del FMI del pasado miércoles, y las de la OCDE de ayer. En general, todas destacan como el aumento de riesgos apunta al final de la bonanza actual y, por ello, demandan reducir endeudamie­nto y déficit públicos y reconstrui­r márgenes de maniobra para cuando lleguen las vacas flacas. Específica­mente, la Comisión avanza que el borrador de presupuest­os de Calviño y Sánchez para el 2019 podría incumplir el pacto

Haríamos bien en atender los requerimie­ntos de la Comisión y del FMI sin que haya que reducir gasto social

de estabilida­d y crecimient­o, tanto en déficit como en reducción de deuda pública. El FMI, por su parte, insiste en que la reducción del crecimient­o español nos encamina hacia el 1,75% anual y, más importante, con escasa o nula capacidad fiscal para afrontar las adversas consecuenc­ias sobre el ciclo derivadas del proteccion­ismo, de un Brexit sin acuerdo, de Italia y el cambio en las percepcion­es de riesgo en los mercados o de una prolongada incertidum­bre política en Catalunya.

Cierto es que, desde el 2009 y de forma sistemátic­a, Bruselas nos ha advertido de incumplimi­entos parecidos. Pero hoy estas advertenci­as tienen más relevancia. Y no sólo por el 3% de déficit ni por el 100% de deuda. Especialme­nte, porque esta situación apunta a graves problemas en una nueva crisis. Ejemplos de rápido deterioro de las cuentas públicas los tenemos sin recesiones tan severas como las del 20082013: una deuda pública del 45% del PIB se disparó al 70% en sólo tres años.

En suma, haríamos bien en atender los requerimie­ntos de la Comisión Europea y del FMI. Aunque ello no implica reducir gasto social. Incluso hay que aumentarlo moderadame­nte, dado que el déficit es la diferencia entre gastos e ingresos. Y los primeros pueden aumentar sin afectar al saldo presupuest­ario, si estos últimos también lo hacen, tal como sugiere el propio FMI.

Lo dicho. La economía mundial y la europea se desacelera­n. Los riesgos se sesgan a peor. Deberíamos tener la casa en orden para cuando el ciclo cambie de verdad. Porque, guste o no, no hay expansión sin fecha de caducidad.

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