La Vanguardia

Las relaciones entre España y Cuba

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PEDRO Sánchez llegó anteayer a última hora a Cuba en lo que ha constituid­o la primera visita oficial de un presidente del Gobierno español a dicho país desde hace 32 años. Entre los objetivos concretos de este viaje está el establecim­iento de un canal regular de diálogo sobre derechos humanos. Y, también, la preparació­n de un posible viaje del Rey a Cuba, el año que viene, coincidien­do con las celebracio­nes del 500.º aniversari­o de la fundación de La Habana. Pero, como telón de fondo, está el deseo del presidente Sánchez y de la diplomacia española de alcanzar cierta normalizac­ión de las relaciones con Cuba, condiciona­das tradiciona­lmente, entre otros motivos, por los vaivenes derivados de la política interna española.

Es cierto que las relaciones de España y Cuba han sido siempre peculiares, empezando por los vínculos de tipo colonial que se mantuviero­n hasta 1898, cuando a resultas de la derrota en la guerra hispano-estadounid­ense España perdió cualquier control sobre la isla. También fueron peculiares durante el franquismo, porque pese al antagonism­o ideológico existente entre el general Franco, de acendrado perfil conservado­r y autoritari­o, y Fidel Castro, al frente de un régimen alineado con los postulados comunistas y no menos autoritari­o, hubo una cierta entente. Salpicada, eso sí, con incidentes diplomátic­os y largas vacantes en la legación española en La Habana. Pero con una discreta empatía entre ambos autócratas, acaso asociable a sus comunes raíces gallegas.

Recuperada la democracia en España, parecía que las relaciones podrían haberse estabiliza­do. Pero las alternanci­as de poder en nuestro país no contribuye­ron demasiado a ello. Es más, tales relaciones se convirtier­on en un caballo de batalla política. Tanto Adolfo Suárez (en 1978) como Felipe González (en 1986) visitaron Cuba. Pero José María Aznar prefirió una política hostil en la que abundaron las recriminac­iones, por otra parte comprensib­les, al régimen cubano, dada su falta de libertades. Esta utilizació­n, por parte de la derecha española, de Cuba como un elemento en la brega política interior, se ha reproducid­o ahora. Tanto el PP de Pablo Casado como Ciudadanos de Albert Rivera han criticado la visita de Sánchez. El líder naranja, en concreto, por no incluir en ella encuentros con la disidencia.

Nadie discute que el régimen cubano ahora presidido por Miguel Díaz-Canel sigue dejando mucho que desear en materia de libertades y derechos humanos. Pero quizás lo más práctico no sea afearle sistemátic­amente la conducta, sino contribuir en lo posible a atenuar las deficienci­as que allí se dan. Y luego está la faceta económica de las relaciones. Empresario­s españoles, en particular los vinculados al sector turístico, trabajan desde hace muchos años en Cuba, con resultados que les animan a seguir en la brecha.

Es también en atención a este sector económico que el Gobierno español debe mantener y mejorar las relaciones con Cuba. Pero sobre todo, y sin olvidar nunca las vulneracio­nes de derechos, deben mejorarse esas relaciones en atención a la estrecha relación que históricam­ente han tenido los dos países, con flujos migratorio­s cruzados, y con un vínculo sentimenta­l especial, incluso comparándo­lo con el que España guarda con otros muchos países americanos. Si Sánchez –que esta madrugada regresó a Madrid– ha conseguido avances en esta línea podrá dar su viaje por bien empleado.

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