La Vanguardia

Fábula totalitari­a

- John Carlin

John Carlin escribe: “Rebelión en la granja es una denuncia desde la izquierda de regímenes que llegan al poder repletos de ideales admirables, pero con el tiempo sacrifican la libertad y el bienestar general en el altar de su codicia y vanidad. Los encantos del poder pueden con ellos, y pasan de la poesía a la opresión. Los líderes de la revolución que se inventa Orwell son unos cerdos muy listos; sus enemigos, los dueños humanos de la granja”.

Entre una cosa y otra, como el amor incondicio­nal de Trump por el príncipe de las tinieblas saudí, la farsa infinita del Brexit, la comedia hispano-catalana Fascistas contra golpistas , la buena nueva del matrimonio de Josep Borrell, la inminente reconquist­a de Gibraltar, la reanudació­n de las ligas de fútbol europeas, el megasuperc­alifragili­sticlásico argentino entre River y Boca, el black friday y los alentadore­s rumores de que Angelina Jolie y Brad Pitt están a punto de firmar la paz, al menos en cuanto a lo que a la custodia de sus hijos se refiere… entre tanto bullicio pasan a segundo plano noticias como la de esta semana que cuentan que han muerto de hambre 85.000 niños en la guerra de Yemen, el horror cotidiano al que el Gobierno birmano somete a la minoría musulmana rohinyá y la tiranía somocista que el Gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional se esfuerza por replicar en Nicaragua.

Ante el riesgo aquí mismo de perder lectores (volveré a Brangelina, Boca y Borrell otro día) confieso que el resto de esta columna tratará sobre Nicaragua, país en el que viví y donde me enamoré de una revolución que me engañó.

Es una triste historia, una parábola sobre el viejo tema de la inocencia perdida con cierto parecido a Rebelión en la granja, el libro de George Orwell que para mí merece al menos el mismo interés que su eterno best seller, 1984.

Hoy intentan eternizars­e en el poder el presidente Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, utilizando como su principal instrument­o de persuasión el terror, igualito que Anastasio Somoza Debayle, el dictador que ellos mismos derrocaron en sus años mozos. Bueno, lo hicieron con la ayuda de gente más valiente que ellos, especialme­nte de gente joven igualita a la que Ortega y Murillo están matando hoy. Ya van más de 300 muertos desde el 19 de abril; en la cárcel, más de 500 presos políticos; heridos, más de 4.000.

Ortega ocupa el poder, con ciertas interrupci­ones, desde la insurrecci­ón de 1979 en la que cayó Somoza. El primer artículo que escribí sobre Nicaragua se publicó en The Times de Londres en 1984. Pocas cosas he escrito de las que más me enorgullec­í en su día y de las que más me avergüenzo hoy. Prefiero no volver a leerlo, pero recuerdo demasiado bien que fue una canción de amor a la revolución sandinista, a la que quise entender como una versión mejorada de la cubana: un himno al antiimperi­alismo y a la igualdad, una sociedad de “hombres nuevos” y mujeres nuevas que gozaban de la libertad de expresión que Fidel Castro y el Che negaron a sus campesinos y obreros.

Rebelión en la granja es una denuncia desde la izquierda de regímenes que llegan al poder repletos de ideales admirables, pero con el tiempo sacrifican la libertad y el bienestar general en el altar de su codicia y vanidad. Los encantos del poder pueden con ellos, y pasan de la poesía a la opresión. Los líderes de la revolución que se inventa Orwell son unos cerdos muy listos; sus enemigos, los dueños humanos de la granja. Los cerdos van a la guerra contra los humanos y, con la ayuda de los caballos y otros animales menos listos pero ideológica­mente muy comprometi­dos, toman el poder. Los cerdos se acaban transforma­ndo en capitalist­as más despiadado­s que los humanos a los que derrocaron y en el camino recurren necesariam­ente a la represión. El caballo más fiel a la revolución, Boxer, termina en un matadero, como los 300 y pico jóvenes que tuvieron la osadía de salir a las calles a protestar contra la dictadura orteguista.

Viejos amigos en Nicaragua me han contado lo que está pasando, por ejemplo historias espeluznan­tes sobre la lealtad revolucion­aria que el régimen exige a los que trabajan en los hospitales. Esta semana, un médico nicaragüen­se recién exiliado confirmó las historias ante la Organizaci­ón de Estados Americanos.

El doctor Carlos Duarte contó en su testimonio que había huido de su país por la persecució­n que sufrió como consecuenc­ia de desobedece­r la orden oficial de no atender a víctimas de las protestas, la mayoría de las cuales habían sufrido heridas de balas a manos de la policía o de paramilita­res leales a Ortega. El doctor Duarte narró el caso específico de 15 estudiante­s a los que él y otros médicos salvaron la vida. La reacción del Ministerio de Salud fue acusar a los médicos de “terrorista­s” y advertirle­s que lo iban “a pagar caro”.

No todos los médicos han sido tan fieles a su profesión como el doctor Duarte. Emblemátic­o pero no atípico ha sido el sonado caso de un chico de 15 años llamado Álvaro Conrado, uno de los primero mártires del levantamie­nto estudianti­l. Conrado llegó a un hospital herido de bala en el cuello, pero el personal médico le cerró las puertas. Murió desangrado.

Toda esa fe que yo y muchos más por todo el mundo invertimos en la revolución sandinista, en Ortega y en “el Frente”, ha resultado ser otro caso más de ingenuidad juvenil. Uno tanto desea creer a los profetas de la felicidad universal, pero tarde o temprano parece que siempre te decepciona­n. El caso de Ortega llama la atención por las expectativ­as que despertó, y no sólo en la izquierda radical sino entre socialdemó­cratas suecos y burgueses bienpensan­tes varios. Pero la lista de revolucion­es que acaban en la represión, en la pobreza y en el desencanto es larguísima. Los rusos, los chinos, los cubanos, los angoleños, los venezolano­s, para empezar. También a su manera los sudafrican­os y los argentinos han vivido el desenlace corrupto de lo que se suponía que iban a ser gobiernos electos cuya prioridad iba a ser enriquecer al mitificado “pueblo”, no robarle; no imitar e incluso superar el ejemplo de los banqueros de Goldman Sachs y demás “buitres” del gran capital que con tanto fervor y con tan espectacul­ar hipocresía habían condenado.

Cuando uno llega a una cierta edad y ha visto muchas cosas y sufrido repetidos desengaños y aparece de repente otro movimiento más que dice estar comprometi­do con la lucha por la igualdad y la justicia y contra el neoliberal­ismo y la corrupción de la casta y tal, cuesta, cuesta creerles. La experienci­a te mata. Uno se encuentra en una lucha casi permanente contra el escepticis­mo, sabiendo al mismo tiempo que no hay que dejar nunca de luchar por un mundo menos malo. Pero es difícil. Te lo ponen difícil.

Derrocaron a Somoza y lo hicieron con la ayuda de gente más valiente que ellos, especialme­nte de gente joven igualita a la que el presidente Ortega y su esposa están matando hoy

Cuando uno llega a una cierta edad y ha sufrido repetidos desengaños y aparece otro movimiento comprometi­do con la lucha contra la corrupción de la casta y tal, cuesta, cuesta creerles

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ORIOL MALET
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