La Vanguardia

Dos por uno con el Chapo

La vista oral en Nueva York contra el famoso narcotrafi­cante también es un juicio paralelo a la corrupción en México

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El Chapo se ha puesto a escribir. A Joaquín Guzmán Loera, de 61 años, presunto jefe del cartel de Sinaloa y figura del narco folclore, se le ha visto tomar notas en la segunda semana de su juicio, que se celebra en el tribunal federal de Brooklyn y en el que se juega la cadena perpetua.

Este proceso, que se prolongará aún tres o cuatro meses más, es un dos por uno. En uno de los juicios, el oficial, el perseguido es el Chapo, por meter toneladas de drogas en Estados Unidos, y al que se le relaciona con una treintena de asesinatos. En el otro, encubierto, se imputa al gobierno de México y sus autoridade­s, al parecer, siempre abiertas a los sobornos.

Libreta y bolígrafo en mano. Una estampa que está poco asociada a un acusado con una supuesta tendencia a aniquilar humanos como moscas, incluso por nimiedades –a uno, por negarle el saludo–, y al que le cuadra más la pistola con sus iniciales y un diamante incrustado en el mango o su afición a relajarse haciendo puntería con una bazuca.

Esto lo explica en el estrado Jesús el Rey Zambada García, antiguo colega del Chapo y primero de los 16 testigos protegidos que la Fiscalía ha llamado a declarar.

Si Guzmán toma notas, William Purpura, uno de sus abogados defensores, trata de desmontar al Rey y dejarlo ante los miembros del jurado como un fabulador al pintar a su cliente como el capo de capos. Según su versión, ese “privilegio” correspond­e al hermano del testigo, Ismael el Mayo Zambada García, que sigue con el negocio. –¿Sabe qué es una telenovela? –Sí.

–¿No ha escrito una?

El juez Brigan Cogan, que preside la sala, le interrumpe. “Pregunta anulada”, señala.

Más que una telenovela, lo que el Rey Zambada ha relatado en sus cuatro jornadas de confesión es una película gore, una riada de sangre y balas hasta el punto de que un tiroteo con un AK-47 fue tan intenso que a una de las víctimas le quedó la cabeza prácticame­nte segada del cuerpo.

Su testimonio reafirma la convicción de que, por mucha fortuna que se amase, la vida de los narcotrafi­cantes y sus sicarios es efímera y de escaso valor.

La cabeza del Chapo, al que le atribuyen un patrimonio de 14.000 millones de dólares, le pusieron el precio de 250.000. El Rey supo por uno de sus contactos que iban a atrapar al huido y matarlo. Un alto cargo militar pidió ese cantidad, le pagaron y se abortó la operación. “Me gané la confianza del Chapo”, aclara.

Se conocieron en enero del 2001, tras la primera de las dos fugas carcelaria­s de Guzmán. El Rey acudió a recogerlo a pie de un helicópter­o. El letrado Purpura emerge al quite. Una vez que extraditan a Jesús Zambada en el 2012 (le detuvieron en México en el 2008), se puso a colaborar con la Administra­ción estadounid­ense. En sus decenas de confesione­s a los fiscales, nunca habló del helicópter­o. “Existió –insiste–, tal vez me olvidé ese detalle”.

Sí recordó operacione­s de tráfico de drogas, mediante túneles, camiones, camionetas, barcos, aviones o submarinos. O la media docena de asesinatos en los que vinculó al Chapo. Así, en el 2004, Guzmán y otro narco, Rodolfo Carrillo Fuentes, eran rivales, ya que éste se había aliado con la banda de Los Zetas. Hubo una reunión para sellar la paz, pero al acabar, Carrillo Fuentes rechazó estrecharl­e la mano.

“El Chapo dijo que lo mataría”, recalca el Rey. Carrillo Fuentes y su esposa fueron tiroteados al salir de un cine de Culiacán.

Cayeron otros más, algunos policías que colaboraba­n con grupos de la competenci­a. A Rafita, del que asegura que era un comandante de la policía judicial “y uno de los sicarios más peligroso de Arturo Beltrán Leiva –otro narco con el que se enemistaro­n el Chapo y el Mayo–, lo atrajeron fuera de su casa, llamando a su puerta y diciéndole que habían atropellad­o a su hijo al ir a la escuela. Picó y lo remataron.

Y en el juicio paralelo, tampoco se olvidó de los sobornos en altas esferas. Se sabía que la defensa le preguntarí­a para conseguir que esta vista oral derive hacia el gobierno mexicano y sacar tajada del lío. Se esperaba esta táctica y todos los informador­es esperaban que saliera el nombre de Enrique Peña Nieto, el todavía presidente.

Pues no. El juez Cogan trató de proteger esas identidade­s con una resolución que se resume de esta manera: se puede hablar del pescado –la corrupción–, pero no del pescador, del corrupto.

El magistrado subrayó que esos nombres no forman parte del proceso y su utilizació­n representa­ría una desviación del marco de lo que se está juzgando.

Sin embargo, Purpura pregunta y el Rey Zambada sostiene que pagó unos seis millones de dólares a Genaro García Luna, entonces ex secretario de Seguridad Pública en el Gobierno de Felipe Calderón. Sin precisar cantidad –“varios millones de dólares”– soborno a Gabriel Regino, ex subsecreta­rio de Seguridad Pública de la Ciudad de México, siendo alcalde Andrés Manuel López Obrador , hoy presidente electo.

El defensor Purpura constata que salvo su hermano, el Mayo –nunca detenido– y el Chapo, que no está dispuesto a declarar en su juicio, todos los otros colegas con los que el Rey ilustra su testimonio ya están muertos.

–¿Es esto correcto?

–Por suerte, estoy vivo.

Ante el tribunal se describen operacione­s de tráfico de drogas en submarino, sobornos o sangriento­s asesinatos

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JANE ROSENBERG / REUTERS El Chapo, derecha, contempla una pistola decorada con diamantes y sus iniciales, mientras El Rey Zambada ocupa el estrado

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